lunes, febrero 25, 2013

Intervención de la senadora Gloria Inés Ramírez en la IV Junta Nacional de Fensuagro

Compañeras y compañeros:

Saludo fraternalmente a todas y todos los participantes en la IV Junta Nacional de Fensuagro, le agradezco al Comité Ejecutivo la invitación que me hizo a participar en la reunión y les expreso mi convencimiento de que las deliberaciones y conclusiones serán plenamente exitosas.

La Junta se reúne en un momento crucial para el futuro del nuestro país, que deberá ser juiciosamente examinado, como corresponde a la organización sindical de clase más importante de los trabajadores del sector agropecuario de nuestro país, con el fin de acordar las orientaciones y tareas más adecuadas para enfrentar los retos que se nos plantean.

Como sabemos todos, el capitalismo se debate en una profunda crisis económica que es brutalmente descargada sobre los hombros de los trabajadores y los pueblos y que está causando un descomunal desastre social a lo largo y ancho del mundo.

América Latina es, hasta ahora, el continente menos golpeado por la crisis y así se reconoce desde las más diversas vertientes ideológicas y políticas.

Lo que no se dice es que eso se debe, en buena medida, a la presencia en la mayoría de los países de gobiernos progresistas y de izquierda que se apartan de los dictados del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y demás organismos multilaterales al servicio del gran capital.

En el caso de Colombia, a pesar de que el gobierno se ufana de los éxitos de su política económica, es evidente que hay un proceso de desaceleración de la economía, como lo demuestra el casi nulo crecimiento de la industria en el año 2012, al tiempo que la revaluación del peso castiga fuertemente a todos los sectores exportadores-

y la entrada en vigencia de los tratados de libre comercio con Canadá, Estados Unidos, la Unión Europea, Corea y otros países, causará numerosos estragos en el aparato productivo nacional que, en últimas, terminarán haciendo aún más crítica la situación de las masas, particularmente de los avicultores, los ganaderos, los lecheros y otros sectores agropecuarios.

A pesar del fracaso estruendoso del neoliberalismo en todo el mundo, el gobierno de Santos no ha hecho cosa distinta de profundizar ese desastroso modelo, como lo demuestran las reformas a la salud y a las regalías,-

la regla fiscal, la ley de formalización laboral, la sostenibilidad fiscal, la ley de reparación de víctimas y restitución de tierras y una larga lista de normas neoliberales y antidemocráticas aprobadas en el Congreso de la República por las mayorías de la Unidad Nacional que respaldan al gobierno.

A ellas hay que agregar las anunciadas reformas a la salud y las pensiones que el gobierno se apresta a presentar al Congreso y que, con toda seguridad, nada bueno traerán para los trabajadores.

Referencia especial merecen la Reforma Tributaria y la Reforma al Fuero Militar, aprobadas recientemente por el Congreso de la República.

Reforma tributaria

La Reforma Tributaria castiga fuertemente a los asalariados de ingresos medios y altos y a los sectores medios de la población y reduce de 7 a 3 las tarifas del IVA, que es un impuesto regresivo, de manera que la gran mayoría de bienes y servicios de la llamada canasta familiar quedarán gravados con el IVA general,-

en tanto que les rebaja los impuestos a las empresas, elimina las cotizaciones para el Servicio Nacional de Aprendizaje SENA, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF y la salud, poniendo en entredicho el futuro de estas entidades, y mantiene los privilegios de que han disfrutado tradicionalmente los grandes capitalistas.

Los objetivos de la reforma, según el gobierno, son crear empleo y reducir la desigualdad, sobre la base de que Colombia es uno de los 7 países más desiguales del mundo y tiene el más alto desempleo de América Latina (10.4% entre noviembre de 2011 y noviembre de 2102, según el DANE), pero tenemos la certeza de que, tal como ha ocurrido con otras reformas, esta vez tampoco se lograrán los objetivos, por la sencilla razón de que la reforma no se orienta en esa dirección.

Ampliación del fuero militar

La Reforma Constitucional para ampliar el Fuero Militar fue impuesta con el argumento de darles seguridad jurídica de los militares y policías y de nada valieron las observaciones críticas de las Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, numerosas ONG nacionales e internacionales de derechos humanos y múltiples sectores políticos y sociales.

La reforma le entrega a la Justicia Penal Militar el juzgamiento de “los delitos cometidos por los miembros de la Fuerza Pública en servicio activo y en relación con el mismo servicio”, al tiempo que establece que “las infracciones al Derecho Internacional Humanitario de miembros de la Fuerza Pública serán conocidas exclusivamente” por los tribunales militares.

Si bien los crímenes de lesa humanidad y los delitos de genocidio, desaparición forzada, ejecución extrajudicial, violencia sexual, tortura y desplazamiento forzado serán de conocimiento de la justicia ordinaria,-

esto no constituye suficiente garantía de imparcialidad por cuanto los órganos de investigación tienen una fuerte presencia militar y podrán influir para que se evada la justicia ordinaria y las competencias queden en manos de la Justicia Penal Militar.

A manera de ilustración, en la actualidad muchos militares y policías sindicados de ejecuciones extrajudiciales están siendo procesados es por homicidio agravado o por homicidio en persona protegida.

Además, la reforma contempla la creación de un fondo para financiar con dineros de los contribuyentes la defensa de los militares y policías incursos en delitos y establece que las condenas se cumplirán en centros penitenciarios y carcelarios especiales para ellos, que, como lo demuestra la experiencia, son una burla al pago efectivo de las penas de prisión.

Con razón, las Naciones Unidas han calificado la reforma como un retroceso en materia de derechos humanos.

La reforma al Fuero Militar obedece a las presiones de la ultraderecha y el militarismo, que rechazan las condenas proferidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y por la propia justicia colombiana contra un importante número de militares y policías, y tiene por objeto amparar con la impunidad los crímenes de la Fuerza Pública contra la población civil.

El problema de la concentración de la propiedad de la tierra

El campo colombiano ha sido uno de los sectores más afectados por las políticas neoliberales, por lo cual todos los problemas sociales se hacen aún más críticos para el campesinado.

La tenencia y el uso de la tierra han sido, a lo largo de toda nuestra historia, una de las causas estructurales de numerosos problemas sociales, entre ellos, el conflicto interno que nos golpea desde hace medio siglo.

Sin embargo, en Colombia nunca ha habido una reforma agraria y, por el contrario, con cada ciclo de violencia ha aumentado la concentración de la tierra en manos de unos pocos.

El profesor Ricardo Bonilla, por ejemplo, dice que mientras tres millones de familias tienen apenas 5 millones de hectáreas, 3 mil grandes propietarios acumulan 40 millones de hectáreas, y el Informe de Desarrollo Humano del PNUD de 2011 afirma que existe una alta concentración de la propiedad rural y que en el año 2009 el Gini de propietarios ascendió a 0.87 y el de tierras a 0.86.

“Ambos datos son alarmantes y ponen a Colombia como uno de los países con más alta desigualdad en la propiedad rural en América Latina y el mundo”.

Además, una publicación de la revista Semana revela que el 70% de los campesinos no tiene título de propiedad y que, al tiempo que la tierra dedicada a cultivos agrícolas sólo llega a 4.9 millones de hectáreas, hay 38.8 millones con ganadería extensiva, es decir, en manos de grandes propietarios. Esta situación origina que en el campo el 64.5% de la población se concentra en la pobreza y el 29.2% en la miseria.

Desde luego, la desigualdad en la propiedad de la tierra se acrecienta con fenómenos como el desplazamiento forzado del que son víctimas alrededor de 5 millones de colombianos, a los que les fueron arrebatados entre 7 y 10 millones de hectáreas.

De acuerdo con cifras de la Comisión de Seguimiento a este problema, el 60% de las familias desplazadas provienen de áreas rurales, el 24% de centros poblados y el 15% de cabeceras municipales.

Ley de Reparación de Víctimas y Restitución de Tierras

La llamada ley de reparación de víctimas y restitución de tierras, nunca tuvo en cuenta la opinión de sus destinatarios, excluye de la reparación a las víctimas anteriores a 1985 y a quienes sufrieron el despojo antes de 1991, fija un tope de 20 millones de pesos a las indemnizaciones-

y un plazo de 10 años para hacerlas efectivas, en dependencia de la “sostenibilidad fiscal” y, como lo ha planteado el MOVICE “se incorporaron cláusulas y figuras que promueven la impunidad y favorecen abiertamente a los beneficiarios del despojo.

Entre ellos, el ‘contrato de transacción’, la revisión de las indemnizaciones por el Ministerio de Defensa y el ‘contrato de uso’, también conocido como ‘derecho de superficie’”.

A pesar de la campaña mediática para destacar sus beneficios, los resultados son extremadamente precarios, y a la sombra de esta ley el paramilitarismo ha devenido en los “ejércitos anti-restitución”  que han asesinado a más de 70 líderes de tierras y que cometen toda clase de crímenes para que los despojadores puedan quedarse definitivamente con las propiedades de los despojados.

Modelo agroindustrial y minero-energético

De otra parte, el modelo agroindustrial y minero-energético contenido en el Plan Nacional de Desarrollo 2010 – 2014 atenta severamente contra los intereses del campesinado y del país. Como lo anota el investigador Jürgen Schuldt,-

“Aunque pueda causar sorpresa, la evidencia reciente y muchas experiencias históricas nos permiten afirmar que los países que se han especializado en la extracción y exportación de recursos naturales normalmente no han logrado desarrollarse”.

No obstante, como nuestros gobiernos siempre marchan a contrapelo de los intereses nacionales y populares, ahora tenemos la “locomotora minera” marchando a todo vapor, con su secuela de sobreexplotación de los recursos naturales no renovables, particularmente el petróleo y el carbón, de destrucción del medio ambiente y de miseria para las comunidades, a cambio de la generación de unos escasos puestos de trabajo y de míseras regalías.

Al lado de la minería están los proyectos energéticos, como las represas de El Quimbo, Hidrosogamoso y otras, que expulsan a miles de campesinos de sus tierras para que las compañías trasnacionales puedan construir grandes represas que les generarán caudalosa ganancias.

En el Plan de Desarrollo se incluye, igualmente, al sector agropecuario como otra de las “locomotoras”  del crecimiento que tiene como uno de sus pilares el desarrollo de “mecanismos que faciliten la inversión privada en proyectos agroindustriales (zonas de desarrollo empresarial),-

complementados con esquemas de negocios inclusivos que incorporen tierras y mano de obra de los pequeños productores a proyectos sostenibles sin que esto implique necesariamente la transferencia de la propiedad”.

De lo que se trata, entonces, no es de darles tierra y condiciones a los campesinos para que puedan trabajar y vivir dignamente, sino de incorporarlos a los grandes proyectos agroindustriales de los capitalistas como mano de obra para producir biocombustibles y productos de exportación, en detrimento de la soberanía y seguridad alimentaria del país.

Un artículo de Héctor Mondragón y Paula Álvarez Roa indica que “la contribución del campesinado es decisiva en la alimentación de los colombianos. En el 2002, mantenía el 67.3% del área sembrada del país en cultivos legales y el 62.9% del valor de la producción agrícola.

Entre el 2004 y 2007 la agricultura familiar respondía por el 62.1% del área sembrada y el 60.4% del valor de la producción agrícola, excluidos café y flores. El 78% del área en café es campesina y el 74% de la producción de maíz”.

De acuerdo con recientes cifras de la FAO, en Colombia hay 5 millones de personas que padecen desnutrición crónica, y resulta inaceptable que en un país lleno de potencialidades para producir alimentos, en el año 2011 se hayan importado alrededor de 11 millones de toneladas de productos agropecuarios y agroindustriales, mientras nuestros campesinos naufragan en la pobreza y el abandono.

Extranjerización de la Tierra

Otro tema que cobra especial importancia es el de la extranjerización de nuestras tierras. Una publicación de la revista Semana dice al respecto que “En los últimos diez años en África, América Latina y el Sureste Asiático 230 millones de hectáreas han sido cedidas, vendidas o alquiladas a estados petroleros, potencias emergentes, conglomerados industriales, fondos de inversión y bancos.

Es como si hubieran comprado a Francia, España, Alemania, Reino Unido, Italia, Portugal, Irlanda y Suiza juntos”. El artículo señala que a raíz de la subida de los precios de los alimentos en el año 2008, “muchos países ricos se empezaron a preocupar por la manera cómo iban a alimentar a su población en 10, 20 o 30 años y se pusieron a buscar sitios para cultivar”.

Cita a un integrante de la ONG Grain, quien refiriéndose a los riesgos de esta situación afirma que “El acaparamiento de tierras ya está teniendo un tremendo impacto.

El desplazamiento de comunidades locales, la destrucción de las economías regionales, la pérdida de la producción de alimentos para el consumo local, la pérdida de la biodiversidad, los impactos de los monocultivos y de los agrotóxicos usados en la producción agroindustrial son efectos que ya son parte de la realidad”.

En Colombia, esta desastrosa política está abriéndose paso. Es así como los Planes de Consolidación Integral tienen como objetivo encubierto despejar regiones enteras para garantizar las inversiones de grandes capitalistas nacionales y extranjeros.

El diario El Tiempo reveló el 30 de agosto de 2010 cuantiosas inversiones en la altillanura, entre ellas, la de Mónica Semillas, de Bolivia, con 12 mil hectáreas; la Cargill, de Estados Unidos, con 25 mil hectáreas, lo mismo que empresas de Brasil y Argentina y varias nacionales, como Aliar con 25 mil hectáreas; Conuco, con 13 mil; Las Nubes, con 13 mil, y Mavalle, con 8 mil.

El desaforado apetito de ganancias del capital nacional y transnacional está causando graves daños en el ecosistema, con la contaminación del aire y el agua, la deforestación y la destrucción de los páramos. Colombia posee el 64% de los páramos del mundo, que son la principal fuente de agua.

Aunque el Código Minero establece que los páramos, las reservas forestales, los humedales y los parques naturales son zonas de exclusión minera, la Defensoría del Pueblo ha denunciado que 108 mil hectáreas, que equivalen al 6% de los páramos, están concesionadas, y otro 47% tiene ante el Ministerio de Minas solicitudes de particulares para su explotación.

La degradación del medio ambiente como resultado de la explotación irracional de los recursos naturales y la contaminación, con el consiguiente cambio climático que provoca innumerables desastres y que pone en peligro la existencia misma de la humanidad, han resultado ser incapaces de convencer a los capitalistas de que si queremos sobrevivir es necesario ponerle fin a la barbarie contra la naturaleza.

Desde el Congreso de la República, pese a las dificultades que nos impone nuestra condición minoritaria, hemos desarrollado múltiples actividades de solidaridad con los campesinos, los indígenas, las víctimas, las zonas de reserva campesina y las mujeres,-

hemos hecho presencia en muchos de sus eventos y estamos comprometidos con la defensa de iniciativas, como el proyecto de ley general de tierras, reforma agraria y desarrollo rural integral construido desde la visión de las comunidades y pueblos rurales.

El hecho más destacable de la situación política actual es la iniciación de un nuevo proceso de conversaciones entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, en La Habana (Cuba) y la posibilidad de que lo mismo se haga, en mesa separada, con el Ejército de Liberación Nacional ELN.

Frente a la eventualidad de una salida negociada, en el país hay, en lo fundamental. tres posiciones:

1.           La ultraderecha y el militarismo, ignorando todas las evidencias y contraponiéndose a la lógica más elemental, niegan la existencia del conflicto y afirman que lo que hay es puro y simple terrorismo que debe ser enfrentado con la fuerza de las armas.

En consecuencia, se oponen a cualquier forma de salida negociada y plantean como únicas alternativas el aplastamiento militar de la insurgencia o su rendición, con lo cual lo único que se consigue es la prolongación indefinida del conflicto con todas sus desastrosas consecuencias.

En realidad, se trata de los sectores que durante largos años se han lucrado económica y políticamente del conflicto y ven en la paz un peligro para continuar derivando dividendos de la guerra.

2.           El actual gobierno y diversos sectores de la burguesía aceptan a medias la existencia del conflicto y, como consecuencia, le ponen toda clase de obstáculos a la posibilidad de comprometerse con la solución de los problemas económicos, sociales y políticos. Así se explica la insistencia del gobierno en que en la Mesa de Conversaciones de La Habana no se van a negociar ni el modelo económico ni las políticas gubernamentales.

En el fondo, su único afán o, al menos el principal, es acordar las condiciones de desmovilización y desarme de la guerrilla, sin atacar las causas que originaron el conflicto, o limitarse a aceptar algunas reformas superficiales.

3.           Los sectores democráticos y de izquierda, entre los cuales nos contamos nosotros, planteamos que lo que hay es un conflicto social y armado que tiene unas causas económicas, políticas y sociales que se sintetizan en la injusticia social y la antidemocracia que ha caracterizado al régimen dominante a lo largo de su historia.

Por consiguiente, el conflicto armado es consecuencia del conflicto social y, si se quiere lograr la “paz estable y duradera” de que habla el Acuerdo General entre el gobierno y las FARC, las conversaciones no deben limitarse a acordar el fin del conflicto armado, sino que deben ocuparse principalmente del conflicto social, es decir, de las causas que le dieron origen, para evitar que vuelva a reproducirse.

Esto no tiene nada que ver con la “revolución por contrato” de que hablan algunos falsificadores de la verdad. Tampoco significa poner como requisito para la paz el que previamente se resuelvan todos los problemas.

A lo que aspiramos es a acuerdos serios y consistentes sobre los cambios democráticos avanzados que deben hacerse en lo económico, lo político y lo social para construir un nuevo país. Es lo que hemos sintetizado en la consigna “Paz con democracia, justicia social y soberanía nacional”.

Somos conscientes de que la posibilidad de que esto sea realidad está íntimamente ligada al papel del movimiento de masas en el proceso de conversaciones.

En los últimos años han hecho su aparición en el escenario nacional diversas iniciativas organizadas de movilización, como la Gran Coalición Democrática, la Minga indígena, el Congreso de los Pueblos, Colombianas y Colombianos por la Paz, la Marcha Patriótica, la Mesa Amplia Nacional Estudiantil MANE-

y la Coordinación Nacional de Organizaciones y Movimientos Sociales y Políticos, todas las cuales, además de levantar reivindicaciones económicas, políticas y sociales similares, incluyen la paz como una de sus principales banderas.

Así mismo, ha habido importantes luchas, como movilizaciones indígenas y campesinas, huelgas obreras, sobre todo en el sector minero-energético; jornadas de protesta del movimiento sindical y popular, paros en la salud, el poder judicial y otros sectores del Estado y una lucha ejemplar de los estudiantes universitarios que derrotó el proyecto gubernamental de hacer una reforma regresiva en la educación superior.

Nuestra posición al respecto ha sido la de que es necesario unir todas esas iniciativas en un solo movimiento con un programa común y un plan de lucha conjunto, y que en la coyuntura de las conversaciones es urgente la construcción de un frente amplio por la paz para rodear el proceso frente al saboteo de la ultraderecha y el militarismo y trabajar en la construcción de propuestas para ser entregadas a la Mesa de Conversaciones de La Habana.

Por nuestra parte, desde el Congreso de la República hemos impulsado tanto la participación del Poder Legislativo como de la sociedad en el proceso.

Fue así como las comisiones de paz del Senado de la República y la Cámara de Representantes, con el apoyo de Naciones Unidas, realizaron entre el 24 de octubre y el 24 de noviembre 8 mesas regionales de trabajo por la paz, en las cuales participaron unos 2.800 representantes de 1.300 organizaciones de todo el país, cuyas conclusiones fueron entregadas a las embajadas de Cuba y Noruega, que las hicieron llegar a la Mesa de La Habana.

En ellas se recogen las opiniones, demandas y propuestas de la sociedad sobre los cambios que necesita el país.

Por otro lado, diversas organizaciones sociales y de derechos humanos también vienen organizando eventos para ocuparse de los problemas del país y, particularmente de los temas de la Agenda, lo que demuestra que cuando se abren espacios de participación, la sociedad está dispuesta a hacerle sus mejores aportes a la causa de la paz.

La Mesa de Conversaciones de La Habana, por su parte, acordó convocar un Foro sobre Política de Desarrollo Agrario Integral con Enfoque Territorial, que fue organizado por el PNUD y la Universidad Nacional y se llevó a cabo del 17 al 19 de diciembre, en Bogotá, con una amplia y fructífera participación.

En igual forma, acordó crear una página web, a la que la ciudadanía y las organizaciones podrán enviar sus opiniones y propuestas.

Ahora estamos trabajando en la organización de una nueva ronda de mesas, esta vez con el tema de víctimas, en la que esperamos una nutrida presencia de FENSUAGRO y sus organizaciones filiales.

El entorno internacional es favorable a los diálogos de paz, particularmente en América Latina. De ahí que al importante papel de los gobiernos de Cuba y Venezuela se agrega el respaldo del resto del continente y, en general, de la comunidad internacional, todo lo cual fortalece el proceso y compromete aún más a las partes en la búsqueda de un acuerdo de paz.

Para nosotros es claro que un nuevo fracaso sería desastroso para el futuro de nuestro país, en tanto que un acuerdo de paz les abriría a la izquierda colombiana y a las fuerzas democráticas nuevas perspectivas políticas de lucha, distintas de las que hemos tenido que enfrentar durante el último medio siglo, en medio del conflicto.

Nos preocupa el resultado de una reciente encuesta de opinión que registra una notable disminución del respaldo popular a las conversaciones de La Habana, porque demuestra que la campaña de los grandes medios de comunicación al servicio de la ultraderecha está produciendo resultados negativos que pueden afectar severamente la búsqueda de la paz.

Aunque sabemos que este tipo de encuestas frecuentemente son amañadas, no hay que menospreciarlas porque nos indican la urgencia de movilizar a las masas por la paz.

No es exagerado afirmar que nuestra suerte inmediata está estrechamente ligada al desenlace de las conversaciones entre el gobierno y la insurgencia.

De ahí la importancia de que todas las fuerzas democráticas y de izquierda se movilicen en apoyo de las conversaciones de La Habana y en demanda de un acuerdo que corresponda a los anhelos de paz con democracia y justicia social y soberanía nacional de la mayoría de nuestro pueblo.

Bogotá, D.C., 23 de febrero de 2013


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