Soluciones fallidas
Por: Eduardo Sarmiento. El Espectador
El libre mercado fracasó y no se quiere reconocer que el Estado debe intervenir.
La desregulación financiera constituyó una de las primeras reformas para establecer el modelo neoliberal en las economías occidentales.
De acuerdo con la concepción de la mano invisible de Adam Smith, los esfuerzos individuales para obtener el máximo lucro resultan en mayor bienestar para toda la población y, según la creencia convencional, el mercado genera los estímulos para autocorregir sus falencias.
Los insucesos de la crisis financiera y las decisiones para solucionarla revelan una realidad totalmente distinta.
La libertad financiera indujo a los bancos y a los agentes a aumentar la rentabilidad del capital, o si se quiere incrementar su valor, transfiriendo el riesgo a los demás y al conjunto de la economía. En los últimos diez años
Estados Unidos experimentó la mayor valorización de la Bolsa, la construcción y la propiedad bancaria. Como es apenas normal, la economía se ha visto abocada a una caída acelerada de los precios de las acciones y bonos, la construcción y, en particular, de la propiedad bancaria.
Como la Reserva Federal no tiene una teoría en torno al desequilibrio del sector financiero, y su interrelación con la política monetaria operó sobre las manifestaciones.
Luego de contribuir a quebrar la burbuja con la elevación de la tasa de interés entre 2005 y 2007, bajó las tasas de interés y otorgó amplias facilidades de crédito a los bancos para detener la caída de las cotizaciones de la bolsa y los precios de la construcción.
Asimismo, cuando la crisis se manifestó en quiebras en cadena de las instituciones financieras procedió a concederle préstamos para reducir el deterioro de los activos y mejorar las utilidades.
Ambas políticas fracasaron. La cotización de la bolsa y los precios de la construcción siguieron cayendo ocasionando grandes pérdidas en el capital bancario y una fuerte contracción del crédito que acentuó la pérdida de capital y extendió la crisis a todo el sector y a la economía.
Las quiebras bancarias no se detuvieron; por el contrario, se agravan y se extienden en forma domino.
El proceso no se ha entendido. La baja generalizada del valor de los activos es la consecuencia de la ruptura de la burbuja financiera y no podía evitarse con medidas monetarias. El daño estructural está en los efectos sobre el crédito.
La contracción del financiamiento extiende las pérdidas y la incertidumbre a todo el sector e impide la movilización del ahorro a la inversión, lo que ocasiona la reducción de la demanda efectiva y la producción.
La solución no está entonces en parar la caída de los precios de los activos, sino en evitar su efecto perverso sobre el crédito.
El plan de salvamento de US$700 mil millones para adquirir activos de mala calidad del sistema bancario adolece de la misma deficiencia conceptual. En el fondo, está orientado a detener la caída de los precios de la vivienda y las acciones, además a reducir las pérdidas de los bancos.
A menos que las compras se efectúen por encima del valor del mercado, lo que tendría una fuerte resistencia ciudadana, la propuesta no resuelve el problema del capital.
El drama está en que el libre mercado fracasó y no se quiere reconocer la necesidad de la intervención abierta del Estado para evitar la extensión de sus destrozos. Cuanto más acentuado el descalabro de mercado tanto mayor la importancia del Estado para remediarla.
Sin embargo, la Reserva Federal no ha ido más allá de las medidas ortodoxas de bajar la tasa de interés y aumentar la liquidez.
Las soluciones han favorecido a los responsables de los daños y no han restaurado el flujo normal de crédito. Por eso, no evitaron la quiebra en dominó del sistema ni el deterioro del sector real que se dirige rápidamente a la recesión.
Lo que se plantea es la intervención para sustituir los capitales perdidos por capital oficial y la entrada del Estado a participar en la administración y salvamento de las instituciones. Si esto se hubiera hecho desde el principio, el flujo de crédito no se habría detenido y el efecto dominó no se habría presentado.
La restricción es ideológica. La intervención en el patrimonio bancario se vería como la socialización de una parte de Wall Street.
La crisis financiera constituye un serio cuestionamiento a las concepciones y teorías del libre mercado.
La desregulación estimuló a los agentes económicos a obtener grandes ganancias a cambio de resquebrajar el conjunto de la economía y la organización de los bancos centrales, en particular su función como prestamista de última instancia, tiende a favorecer a quienes causaron los daños y no resuelve las causas estructurales de la crisis.
Estamos ante una máquina poderosa de enriquecimiento de un reducido grupo a cambio de lesionar a la mayoría y significa un enorme riesgo para la economía mundial.
De hecho, se abre el debate en torno a un nuevo orden económico de regulaciones para detener los excesos del capitalismo y de intervención monetaria y financiera para erradicar los estímulos perversos e inequitativos del mercado y conciliar el progreso y la estabilidad.