“Sabemos bien que el pueblo colombiano no va a quedarse
callado”: FARC
que encarnaban el sentir de un pueblo rebelde y perseguido que los animaba y respaldaba totalmente en su empeño por el poder, la paz y la justicia social.
Ninguno piensa que la paz implica desaparecer los absurdos índices de inequidad social.
Así lo afirman las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia Ejército del Pueblo, FARC-EP, mediante un comunicado firmado el 22 de
septiembre por el Secretariado Mayor Central, desde las montañas de Colombia.
A continuación la transcripción íntegra del comunicado, el
cual fue publicado por ese ejército insurgente en su página de Internet, como
un aporte al enriquecimiento del debate para los diálogos por la paz:
Evocando al
comandante Jorge Briceño en su segundo aniversario
¡Nacimos para vencer, y no para ser vencidos!
¿Quién nos va atajar a nosotros en este país? Nadie. Ni los ríos, ni el
sol, ni nada.
Por eso queremos hablar. Buscar otra salida para que no haya tanto
muerto.
El epígrafe ilustra de modo singular el optimismo y el
convencimiento revolucionarios del Camarada Jorge Briceño.
Nunca hablaba en primera persona, porque sabía que no se
trataba de una lucha de él, como individuo, sino del esfuerzo colectivo de
miles de guerrilleros de las FARC-EP,-
que encarnaban el sentir de un pueblo rebelde y perseguido que los animaba y respaldaba totalmente en su empeño por el poder, la paz y la justicia social.
Por eso, en los días del desmedido e infernal acoso que
terminó por arrebatarle la vida, decidió rescatar y hacer suya, y de toda la
gran familia fariana, aquella consigna con la que lo recordaremos siempre:
¡Nacimos para vencer, y no para ser vencidos!
De esa manera transmitía el sentido de pertenencia a la
clase trabajadora, a su organización partidaria, a su ejército invencible.
Sabía, como Gaitán, que no era cuestión de un hombre, sino de un pueblo.
También decía al periodista en la entrevista citada: Los
generales siempre han dicho que nosotros no tenemos corazón, que nosotros no
tenemos ideales políticos, ni principios. Pero en eso se han equivocado toda la
vida.
El Mono sabía bien que no sólo los generales se equivocan
con nosotros, sino el conjunto completo de las clases dominantes, de su clase
política, de sus voceros y analistas. Son incapaces de interpretar la realidad
desde la óptica de los de abajo.
Como aves de presa, contemplan el panorama desde las
alturas. Así, para todos ellos la paz no es otra cosa que la desaparición de
las guerrillas, como sea.
Tal percepción les permite soñar con satisfacción en los
puntos que crecería el Producto Interno Bruto, en los beneficios que
reportarían las inversiones, en los negocios que podrían celebrar al calor de
su seguridad.
Ninguno piensa que la paz implica desaparecer los absurdos índices de inequidad social.
Ni en que para que pueda materializarse la misma, se
requerirán profundos cambios democráticos en el régimen político.
Ni uno solo de los integrantes de la burguesía o el
latifundismo mide la paz en términos de vidas, de solución a las carencias más
sentidas de la gran población empobrecida.
Menos aún en términos de respeto a la existencia de una
verdadera oposición política. Para reformas está el Congreso, lleguen ahí con
votos, repiten.
Como si no fuera la violencia criminal emanada del Estado
la principal causa del conflicto armado colombiano.
Como si las instituciones a las que nos invitan a
insertarnos confiadamente no fueran mal olientes antros de corrupción política.
Como si no existieran
las escandalosas evidencias diarias en torno a la vinculación de la más
rancia clase política con el paramilitarismo y el narcotráfico. Como si el alto
mando militar fuera ajeno a tales prácticas.
La oligarquía entreguista en el poder se regocija en la
idea de que en los últimos diez años la situación mundial y nacional se
transformó enormemente. Tanto que las cosas están maduras para la terminación
del conflicto.
Pero no porque la injusticia y la desigualdad alcancen
niveles indignantes capaces de generar un irresistible estallido social.
Sino porque aseguran que las guerrillas fueron vencidas
estratégicamente y carecen de porvenir.
Cuando nos citan el caso de países del continente en los
que fuerzas de izquierda accedieron al poder por vías electorales, disimulan su
profundo desprecio hacia las fórmulas económicas, políticas y sociales del
vecindario.
Así como su velado anhelo de que la conspiración
imperialista consiga aplastarlos. Sus monopolios mediáticos tachan esos gobiernos
de odiosas dictaduras y no esquivan el afán por vincularlos al tráfico de
drogas o el apoyo al terrorismo.
Pero donde más se pone de presente su talante soberbio y
elitista es en el tema de la participación popular en el proceso de paz.
No sólo parten del criterio de que la insurgencia carece
del más mínimo derecho a representar la vocería del pueblo colombiano,-
sino
además consideran que mucha gente metiendo la nariz en un asunto de tanta
importancia, únicamente puede traer bochinches y entrabar los progresos en la
discusión.
Así que de lo que se trata es de ser serios, de proponer
cosas sensatas, de ser pragmáticos y aspirar tan solo a lo que la oligarquía
está dispuesta a conceder.
Que está decretado desde mucho antes, en su Plan Nacional
de Desarrollo, en su ley de víctimas y restitución, en su marco legal para la
paz, en su proyecto de ley de desarrollo rural.
Es a esos personajes y argumentos que vamos a
enfrentarnos abiertamente en la nueva Mesa de Conversaciones.
Ya lo decía el camarada Jorge Briceño: Las FARC son muy
serias en sus planteamientos sobre el proceso de conversaciones para buscar una
salida civilizada distinta a los tiros…
Estamos dispuestos a hacer lo que sea para buscar salidas
dialogadas. Por eso mismo supimos asimilar su muerte, y la de Alfonso,
transformándolas en una superior fuerza moral, en un agudo acicate para
perseverar, en una férrea decisión de victoria.
Es claro que la gigantesca agresión de los últimos diez
años no logró amellar un milímetro el filo de nuestras ideas.
Y éstas han demostrado suficientemente que son mucho más
más fuertes que el más poderoso de los ejércitos.
Nuestra inquebrantable unidad interna, nuestra elevada
moral revolucionaria y el incesante apoyo popular nos garantizan que saldremos
victoriosos de esta nueva prueba.
Sabemos bien que el pueblo colombiano no va a quedarse
callado, que siente llegada su oportunidad para reclamar y exigir, y que se
movilizará masivamente por los cambios.
Refiriéndose al Presidente de entonces, el Mono expresó
con su habitual desenfado: Pastrana para nosotros es un hombre de la
oligarquía, un neoliberal y un delfín. Pero que tiene voluntad de hablar.
Entonces vamos a ver hasta dónde le aguanta el calzón. No
parece desacertado pensar en su vigencia con relación al actual primer
mandatario. Las cosas en una década cambian, pero quizás no tanto como
quisieran algunos.
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 22 de septiembre de 2012