jueves, marzo 24, 2011

El pequeño matón del barrio
Por Luz Marina López Espinosa

“Tristes guerras
Si  no ha de ser de amor la empresa.
Tristes tristes”.
Miguel Hernández

Tristes, muy tristes, penosas además, las gestas militares de Colombia en el campo internacional.

Después de las heroicas y triunfantes jornadas  de los héroes de la independencia contra el más poderoso imperio de la época, lo otro, lo que vieron nuestros padres, hemos visto nosotros y tal vez nuestros hijos, produce desconsuelo. Nos hemos alistado en el concierto internacional en las más fieras e impiadosas guerras de los últimos setenta años. No las más justas se aclaran.

Primero, al lado del poderoso imperio que controla la marcha de las naciones y ha declarado su destino manifiesto de ser el guardián del mundo con derecho a destruir a quien se oponga al orden favorable a sus intereses, le declaramos la guerra a una valiente, enhiesta y soberana nación: Corea.

Entonces, nos sumamos al concierto de los Estados que    declararon a Corea criminal internacional al que había que destruir, porque tomó la senda del comunismo. Y eso el mundo no lo permitiría.

Le declaramos la guerra entonces y nos sumamos a las naciones capitalistas que lanzaron sobre ese pueblo y territorio docenas de miles de toneladas de bombas. Todavía su territorio padece la destrucción y la contaminación de esa perversa lluvia que ¡oh paradoja! les llegaba del cielo.

Pero Colombia no quería ser sólo un convidado de piedra en la gesta militar de los dueños del mundo contra la pequeña y heroica nación que se defendía. También envió su ejército, y nuestro nombre y bandera ondeó allá tan lejos, con el nombre debido: “Batallón Colombia”.

Gesta de opereta, verdadero sainete que mueve a risa, así el comandante de esa misión, a lo largo de más de cincuenta años haya relatado y ponderado una y otra vez las inverosímiles hazañas de nuestros soldados en la justísima causa de matar coreanos.

Acaba de aparecer un libro de ese  mismo comandante recordándonos inéditas páginas de gloria escritas por nuestros soldados en Corea. El autor, el mismo cuya página militar más notable en su dilatada carrera fue el admitido deshonroso robo del cadáver del padre Camilo Torres.

Antes le habíamos declarado la guerra a Hitler, al lado de los aliados siempre, y nuestra única operación militar en la segunda guerra mundial, fue apresar, humillar y despojar de sus bienes a  los civiles inermes alemanes que residían en Colombia.

Después, ya en el dos mil, sentimos nostalgia de las glorias del campo de batalla, y el presidente de más ingrata recordación, sin que el pueblo lo supiera, la Constitución se lo autorizara ni nosotros supiéramos a santo de qué -mejor dicho sí lo sabemos-, le declaró la guerra a Irak. También, desde luego, detrás de los Estados Unidos y demás potencias imperialistas  cuya voracidad por el petróleo iraquí justificaba el precio de destruir un país, una nación y matar a docenas de miles de iraquíes.

Y Colombia, claro, otra vez hacía suya esa justa causa, sin necesidad de enviar sus soldados ni de que estos dispararan un solo tiro.

Hace muchos años también estamos con nuestros soldados en el Sinaí, en una insulsa misión de paz de la ONU donde se envía a los solados de vacaciones y  como premio. Y allí sí han hecho uso de las armas, pero no en combates que no los hay, sino en episodios delictivos que han ameritado el llamado de atención de la autoridad imperante, las Naciones Unidas.

Y ahora, Colombia, miembro protocolario del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, acaba de votar, desde luego también detrás de los Estados Unidos y demás naciones imperialistas que no perdonan ni admiten que una rica y estratégica nación reivindique hacer su  destino soberanamente sin hacerle daño a nadie y disponer autónomamente  de su enorme riqueza petrolera, acaba de votar, repetimos, la destrucción de ese pueblo, nación y estado.

Sin que nos lo hayan consultado a nosotros titulares de la soberanía, y sin que la Constitución autorice al gobierno tal cosa. Y sin que sepamos a santo de qué tal decisión, mejor dicho sí lo sabemos.

Es el degradante papel del cobarde y débil del barrio, haciendo de bravucón y agrediendo a los demás, detrás, de las faldas del todopoderoso matón del barrio.


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