Seguridad narcocrática/
Es el mismo modus operandi
Por Camilo Raigozo
Por Camilo Raigozo
En marzo de 2002 en Barranquilla, el entonces candidato a la Presidencia, Álvaro Uribe Vélez “sufrió un atentado terrorista” al paso de su comitiva por el Puente del Pescado en el mercado de Barranquillita.
Uribe, desde luego, salió ileso, pero una inocente señora que se encontraba cerca de la explosión murió.
Sin que existiera de por medio alguna investigación seria, en una coreografía bien preparada, la alta oficialidad de las fuerzas militares, policiales, de inteligencia, la clase política, los medios de comunicación grandes y chicos, periodistas, columnista y hasta el perro y el gato, culparon a “los terroristas de las Farc”.
Ante el éxito la coartada, de manera similar, otros tres “atentados de las Farc” se presentaron contra Uribe en Barranquilla. El 20 y 26 de agosto de 2003, uno en Puerto Colombia y otro en el centro de Barranquilla respectivamente.
Un tercero, el 15 de junio de 2005, cuando agentes del DAS fueron informados de que en el techo de una casa en Puerto Colombia “las Farc” habían colocado unos explosivos que harían estallar al paso de la caravana presidencial durante la conmemoración de los 100 años del departamento del Atlántico.
Sin embargo, a finales de ese mismo año la Fiscalía pudo establecer que los cuatro atentados habían sido planificados y ejecutados desde “El cartel de las tres letras”: el DAS.
Un papel protagónico en el éxito de la argucia criminal lo cumplieron los medios de comunicación, televisivos, radiales, escritos. Todos encubrieron, cual cómplices, a los criminales.
Además, mataron al menos cuatro pájaros con un solo tiro. Primero, Uribe se trepó en las encuestas y se creó la idea de que era el único capaz de aplastar a “los terroristas de las Farc”.
Segundo, lograron que hasta en la más recóndita neurona de la mayoría de los colombianos y de gran parte de la opinión pública internacional, quedara establecido el “demencial terrorismo de las Farc”, de tal forma que para “aplastarlas” todo quedaba válido, hasta los más horrendos crímenes contra inocentes.
En tercer lugar, dejaron la puerta cerrada, trancada y con doble llave, a los diálogos de paz y de intercambio humanitario. Quien se atrevió a hablar de eso, o criticó la política de seguridad democrática, quedó estigmatizado de ser vocero o cómplice de los terroristas.
El 19 de de octubre de 2006, en momentos en que España, Suiza y Francia, además de otros gobiernos latinoamericanos y la sociedad colombiana, habían avanzado lo suficiente con las Farc para realizar un posible intercambio humanitario, sospechosamente explotó un carro bomba en la Escuela Superior de Guerra al norte de Bogotá.
Casi instantáneamente a la explosión, sin la mínima investigación, Uribe, ministros, generales, políticos, analistas, columnistas, periodistas, obispos, arzobispos, el perro y el gato responsabilizaron a las Farc.
El objetivo se cumplió exitosamente de nuevo: no hubo intercambio humanitario y mucho menos diálogos de paz. El unanimismo alrededor del Mesías quedó sellado y cualquier voz disonante, crítica u opositora, fue estigmatizada y echada a las fauses de los ‘paras’.
Desde el sitio del atentado Uribe acusó al Mono Jojoy de "tener la cobardía de negar que ordenó, desde el refugio cobarde de la selva, este atentado contra la ciudad de Bogotá y de negar el mensaje que recibió de la persona a quien mandó a colocar este carro bomba, en el cual el terrorista miliciano, desde Bogotá, le informaba que ya había cumplido la graduación".
El 31 de julio de 2006, una semana antes de la segunda posesión de Uribe, un carro bomba explotó en cercanías de la Escuela militar José María Córdoba. Un indigente murió y 10 soldados quedaron heridos.
El libreto de Presidente, generales, ministros, analistas, columnistas, obispos, arzobispos y desde luego, los poderosos medios de “comunicación”, se repitió como de costumbre: “Fueron los narcoterroristas de las Farc”, dijeron afanosamente con la suficiente bulla para que le quedara grabado a la opinión pública interna y externa.
Sin embargo, en septiembre de 2008, investigaciones de la Fiscalía arrojaron como resultado que militares de la Brigada 13 eran los responsables, no solamente de este atentado, sino de al menos otros siete.
Este 12 de agosto de 2010, un carro bomba explotó a las cinco y media de la mañana a la altura de la carrera séptima con calle 67, al frente del edificio donde funciona Caracol Radio.
Aunque el repudiable atentado dejó a ocho personas heridas y 550 inmuebles afectados, afortunadamente no se perdieron vidas humanas.
Como en los casos anteriores, sin que medie una investigación seria y responsable, el Gobierno insinúa que fueron las Farc”. Rodrigo Rivera, ministro de Defensa, dijo que “Los terroristas nos atacan con emboscadas, con secuestros, con actos terroristas, y también nos atacan con videos, con comunicados.
“Ellos lo que están tratando con esos videos es frenar el ímpetu de nuestras fuerzas militares”, dijo sospechosa e irresponsablemente Rivera en clara referencia al reciente video de Alfonso Cano, en el que le plantea al nuevo gobierno no cerrarle la puerta al diálogo.
Para redondear la trama ya resultó “una interceptación a alias 'Grannobles', según la cual, ordena atacar un medio de comunicación”.
Los poderosos medios de “comunicación”, responsables en gran medida de la grave crisis humanitaria y de la guerra fratricida que padece Colombia desde hace medio siglo, cumplen con decoro su infame libreto.
Por ejemplo, un aparte de la editorial de El Espectador dice: “Por supuesto, las Farc son el principal sospechoso por muchísimas razones, comenzando por su consuetudinario desprecio por la vida humana”. Aunque menciona otras hipótesis, conscientemente las minimiza.
El diario mencionado y sus semejantes, corearon el mismo sonsonete hace casi seis años cuando a pocas cuadras de Caracol Radio, el hoy ministro del Interior Germán Vargas Lleras sufrió un atentado que casi le cuesta la vida.
En este otro caso la Fiscalía desmintió una vez más a los medios de comunicación y al coro de siempre, al establecer que detrás del atentado a Vargas Lleras no estaban las Farc, sino el DAS. Sin embargo, nadie coge vergüenza y el país sigue su ruta inexorable hacia el abismo.
Uribe, desde luego, salió ileso, pero una inocente señora que se encontraba cerca de la explosión murió.
Sin que existiera de por medio alguna investigación seria, en una coreografía bien preparada, la alta oficialidad de las fuerzas militares, policiales, de inteligencia, la clase política, los medios de comunicación grandes y chicos, periodistas, columnista y hasta el perro y el gato, culparon a “los terroristas de las Farc”.
Ante el éxito la coartada, de manera similar, otros tres “atentados de las Farc” se presentaron contra Uribe en Barranquilla. El 20 y 26 de agosto de 2003, uno en Puerto Colombia y otro en el centro de Barranquilla respectivamente.
Un tercero, el 15 de junio de 2005, cuando agentes del DAS fueron informados de que en el techo de una casa en Puerto Colombia “las Farc” habían colocado unos explosivos que harían estallar al paso de la caravana presidencial durante la conmemoración de los 100 años del departamento del Atlántico.
Sin embargo, a finales de ese mismo año la Fiscalía pudo establecer que los cuatro atentados habían sido planificados y ejecutados desde “El cartel de las tres letras”: el DAS.
Un papel protagónico en el éxito de la argucia criminal lo cumplieron los medios de comunicación, televisivos, radiales, escritos. Todos encubrieron, cual cómplices, a los criminales.
Además, mataron al menos cuatro pájaros con un solo tiro. Primero, Uribe se trepó en las encuestas y se creó la idea de que era el único capaz de aplastar a “los terroristas de las Farc”.
Segundo, lograron que hasta en la más recóndita neurona de la mayoría de los colombianos y de gran parte de la opinión pública internacional, quedara establecido el “demencial terrorismo de las Farc”, de tal forma que para “aplastarlas” todo quedaba válido, hasta los más horrendos crímenes contra inocentes.
En tercer lugar, dejaron la puerta cerrada, trancada y con doble llave, a los diálogos de paz y de intercambio humanitario. Quien se atrevió a hablar de eso, o criticó la política de seguridad democrática, quedó estigmatizado de ser vocero o cómplice de los terroristas.
El 19 de de octubre de 2006, en momentos en que España, Suiza y Francia, además de otros gobiernos latinoamericanos y la sociedad colombiana, habían avanzado lo suficiente con las Farc para realizar un posible intercambio humanitario, sospechosamente explotó un carro bomba en la Escuela Superior de Guerra al norte de Bogotá.
Casi instantáneamente a la explosión, sin la mínima investigación, Uribe, ministros, generales, políticos, analistas, columnistas, periodistas, obispos, arzobispos, el perro y el gato responsabilizaron a las Farc.
El objetivo se cumplió exitosamente de nuevo: no hubo intercambio humanitario y mucho menos diálogos de paz. El unanimismo alrededor del Mesías quedó sellado y cualquier voz disonante, crítica u opositora, fue estigmatizada y echada a las fauses de los ‘paras’.
Desde el sitio del atentado Uribe acusó al Mono Jojoy de "tener la cobardía de negar que ordenó, desde el refugio cobarde de la selva, este atentado contra la ciudad de Bogotá y de negar el mensaje que recibió de la persona a quien mandó a colocar este carro bomba, en el cual el terrorista miliciano, desde Bogotá, le informaba que ya había cumplido la graduación".
El 31 de julio de 2006, una semana antes de la segunda posesión de Uribe, un carro bomba explotó en cercanías de la Escuela militar José María Córdoba. Un indigente murió y 10 soldados quedaron heridos.
El libreto de Presidente, generales, ministros, analistas, columnistas, obispos, arzobispos y desde luego, los poderosos medios de “comunicación”, se repitió como de costumbre: “Fueron los narcoterroristas de las Farc”, dijeron afanosamente con la suficiente bulla para que le quedara grabado a la opinión pública interna y externa.
Sin embargo, en septiembre de 2008, investigaciones de la Fiscalía arrojaron como resultado que militares de la Brigada 13 eran los responsables, no solamente de este atentado, sino de al menos otros siete.
Este 12 de agosto de 2010, un carro bomba explotó a las cinco y media de la mañana a la altura de la carrera séptima con calle 67, al frente del edificio donde funciona Caracol Radio.
Aunque el repudiable atentado dejó a ocho personas heridas y 550 inmuebles afectados, afortunadamente no se perdieron vidas humanas.
Como en los casos anteriores, sin que medie una investigación seria y responsable, el Gobierno insinúa que fueron las Farc”. Rodrigo Rivera, ministro de Defensa, dijo que “Los terroristas nos atacan con emboscadas, con secuestros, con actos terroristas, y también nos atacan con videos, con comunicados.
“Ellos lo que están tratando con esos videos es frenar el ímpetu de nuestras fuerzas militares”, dijo sospechosa e irresponsablemente Rivera en clara referencia al reciente video de Alfonso Cano, en el que le plantea al nuevo gobierno no cerrarle la puerta al diálogo.
Para redondear la trama ya resultó “una interceptación a alias 'Grannobles', según la cual, ordena atacar un medio de comunicación”.
Los poderosos medios de “comunicación”, responsables en gran medida de la grave crisis humanitaria y de la guerra fratricida que padece Colombia desde hace medio siglo, cumplen con decoro su infame libreto.
Por ejemplo, un aparte de la editorial de El Espectador dice: “Por supuesto, las Farc son el principal sospechoso por muchísimas razones, comenzando por su consuetudinario desprecio por la vida humana”. Aunque menciona otras hipótesis, conscientemente las minimiza.
El diario mencionado y sus semejantes, corearon el mismo sonsonete hace casi seis años cuando a pocas cuadras de Caracol Radio, el hoy ministro del Interior Germán Vargas Lleras sufrió un atentado que casi le cuesta la vida.
En este otro caso la Fiscalía desmintió una vez más a los medios de comunicación y al coro de siempre, al establecer que detrás del atentado a Vargas Lleras no estaban las Farc, sino el DAS. Sin embargo, nadie coge vergüenza y el país sigue su ruta inexorable hacia el abismo.