Diálogos de paz
“¿Por qué en más de 30 años de paramilitarismo no hubo un
solo enfrentamiento entre el Ejército y ellos?”: Timoleón Jiménez, FARC EP
Por Camilo Raigozo. Notimundo
El máximo comandante de la insurgencia de las FARC EP,
Timoleón Jímenez, en una carta de respuesta a la columnista de Semana María Jimena
Duzán, afirma entre otras cosas que:
“Por el tono emocional de su misiva, y sus precisas
condiciones, debo entender que mis manifestaciones al país no le parecen ni
provechosas ni amigables. Cada quien tiene el derecho a valorar las cosas según
su criterio, el cual a su vez expresa un interés de clase”.
En su columna en la edición del pasado 21 de septiembre
de la mencionada revista, Duzán, envió un mensaje al máximo comandante de las
FARC EP, Timoleón Jiménez, donde, desde
su punto de vista muy particular, se fue lanza en ristre contra ese ejército
insurgente y contra los diálogos de paz que se adelantan en La Habana.
A continuación la respuesta de Timoleón Jiménez y después
el enlace a la columna de Duzán:
A María Jimena Duzán
Comunicado
Por: Timoleón Jiménez. FARC-EP
En varias ocasiones ha manifestado usted su interés en un
intercambio epistolar conmigo. Ahora,
tras una andanada mucho menos amable que cuando valoraba mi estilo, vuelve a la
carga, y con dos condicionamientos además, que sea productivo y que no sirva para
sembrar cizaña.
Por el tono emocional de su misiva, y sus precisas
condiciones, debo entender que mis manifestaciones al país no le parecen ni
provechosas ni amigables. Cada quien tiene el derecho a valorar las cosas según
su criterio, el cual a su vez expresa un interés de clase.
Habría que preguntar a los estudiantes de la MANE o a los
campesinos movilizados en la MIA, a quienes usted ubica tan ajenos a nuestro
pensamiento, cuanta indignación o simpatía les despierta nuestra palabra. ¿Dirían la verdad con el riesgo que eso
entraña en Colombia?
¿Sí es el país o la abrumadora mayoría, quien ha perdido
la credibilidad en nuestra vocación de paz? Si usted, que posa de analista
franca y objetiva, lo asegura de modo categórico, es probable que induzca a otros
a pensar igual, aunque ello no necesariamente significa que sea cierto.
Si lo afirman casi tomados de la mano los grandes medios,
prósperas empresas vinculadas públicamente a los núcleos económicos, sociales y
familiares que giran en torno al poder, cabe preguntarse si no son esos
círculos los desencantados.
La verdad es que en las alturas siempre se ha concebido
la paz como la simple terminación del alzamiento armado, sin ningún cambio
importante en las estructuras económico sociales o el régimen político del
país. Algunas prebendas personales al precio de la rendición y entrega.
Nuestra posición es distinta. Colombia requiere hondas
trasformaciones, sus instituciones están podridas. El Estado colombiano ha
devenido en garante del enriquecimiento del sector más pudiente, y en máquina
para someter violentamente la inconformidad. Eso debe cambiar.
Nuestra palabra es ignorada de manera olímpica.
Manipulada o interpretada de acuerdo con las conveniencias inmediatas. Como
cuando especulan que el discurso de Oslo tuvo por objeto satisfacer la galería o calmar los ánimos de los guerrilleros
descontentos.
O que no hay que pararle bolas a lo que las FARC digamos
por fuera de la Mesa, dando a entender que en ella asumimos una posición
completamente distinta. De ese modo se genera y patrocina la idea de que cuanto
decimos es falso o interesado.
Indicar que nuestra delegación de paz en La Habana ha
sido autorizada para presentar un informe público sobre lo que ocurre
verdaderamente en la Mesa, cosa que todo el mundo en este país reclama, se
titula y comenta como una amenaza que pone en peligro la continuación del
proceso.
Publicada mi Adenda necesaria, Caracol radio la presenta
así, Timochenko dice que revelar avances de la mesa no es una amenaza. Usted en
su nota pregunta si he calibrado las amenazas expresadas en mis últimas cartas
acerca de echar por la borda la confidencialidad.
Muchos de quienes se nos acercan, temen ser absorbidos
por nuestra lógica. Reconocen una posición de compromiso absoluto con las
clases oprimidas y no quieren involucrarse de ese modo, resulta demasiado riesgoso
para su vida y su tranquilidad personal.
Allí radica en el fondo la clave del actual conflicto.
Quienes ponen en duda la legitimidad del orden de cosas y asumen en serio la
tarea de trabajar conjuntamente con los más afectados por éste, con el propósito
de superarlo, terminan conociendo y sufriendo el lado brutal del régimen.
Vivimos y luchamos porque ese rostro y esa mano criminal
desaparezcan para siempre. Los horrores vividos en Colombia desde hace más de
seis décadas por cuenta de la violencia oficial abierta o disfrazada no tienen
nombre. Esa verdad pretende soslayarse a costa nuestra.
Lo hemos dicho, no
tenemos reparos para dar la cara a las víctimas del conflicto, para reconocer
nuestra cuota en las consecuencias de la guerra. Lo que no significa que
asumamos la responsabilidad por la generación, el escalamiento y la degradación
de esta.
Eso tiene que quedar claro. Ahora aparecen los restos de
Fidel Castaño y el país se entera de que murió en un enfrentamiento con las
FARC en San Pedro de Urabá. ¿Por qué en más de 30 años de paramilitarismo no
hubo un solo enfrentamiento entre el Ejército y ellos?
Las eternamente lamentables víctimas de Bojayá,
perecieron en medio de un combate de varios días contra una estructura
paramilitar tolerada y apoyada por las fuerzas armadas. Las centenares de
masacres paramilitares contra la población inerme o el exterminio de la UP son
otra cosa.
La paz supone que salgan a flote tales claridades. Como
la de las vinculaciones del narcotráfico
con las fuerzas militares y de policía, el paramilitarismo, el sector
financiero y la clase política. Eso no puede esquivarse con el pretexto de
nuestra relación con él, que podemos explicar sin pudores.
Hablar así equivale, para ciertos sectores del país, a
nuestra pérdida de credibilidad. Quisieran que el resto de colombianos los
siguiera. Si así fuera, sería imposible construir una Colombia más incluyente,
lo que menos quieren los devotos de la guerra y las rendiciones
incondicionales.
La democracia colombiana es tan intolerante y violenta,
que trabajar de manera consecuente por la paz y la reconciliación ha sido
elevado a oprobio, linda con las páginas del código penal. Por eso fue privada de sus derechos políticos la
senadora Piedad Córdoba.
Y por eso, pese a sus más de treinta años de lucha por
hacer posible una solución política al conflicto colombiano, se pone en la
picota pública al doctor Álvaro Leiva.
Creí escuchar que la politóloga y periodista Claudia López salió a toda prisa
del país. ¿Imagina por qué?
María Jimena, artículos como el suyo, o como los de Marta
Ruíz o León Valencia, al igual que los de tantos columnistas que se pronuncian
a diario sobre el proceso de La Habana, ponen de presente la inmensa expectativa del país con él y no
su entrada en decadencia. Pensamos distinto, es todo.
Timoleón Jiménez
Lea aquí la columna de María Jiména Duzán