"Quién te enseño a odiar a las FARC?”
Se pregunta el bloguero David Quitián en un inteligente y valiente artículo publicado en El Tiempo.com.
Por Camilo Raigozo
Se pregunta el bloguero David Quitián en un inteligente y valiente artículo publicado en El Tiempo.com.
Por Camilo Raigozo
Inteligente por que el sólo hecho de dudar sobre si todo
lo que se dice de las FARC es cierto o no, significa que sus neuronas aún no
han sido achicharradas por la monstruosa manipulación de los medios, apéndices
del aparato militar del régimen.
Valiente, porque expresar ese tipo de pensamientos y
opiniones abiertamente, acarrea en Colombia furibundos ataques, señalamientos,
estigmatizaciones, amenazas, desplazamiento, exilio, desaparición o muerte.
Miles de ejemplos hay para la muestra.
“Sí. Ya escucho los gritos heridos, las maldiciones y los
insultos: soy colombiano y entiendo que esto puede producir indignación y
rabia.
“Sin embargo me pregunto hasta qué punto estos
sentimientos tienen un asidero real, justificable y en dónde empieza la
construcción social de esas emociones. Dicho de otra manera: cómo se aprende a
odiar a las Farc.
“Hablando con vecinos, familiares, amigos he oído teorías
exóticas como que "ellos (los de las Farc) nacieron malvados, son
desalmados por naturaleza" hasta las más razonables que afirman que ellas
"combaten al Estado, la legitimidad del establecimiento; la soberanía
económica"”, expresa Quitián (foto) en su artículo.
Continúa el articulista afirmando que: “Si convenimos que
esas impresiones anti-Farc merecen respeto (al fin y al cabo quienes las
expresan lo hacen con toda honestidad) ¿por qué no concederles la misma gracia
-el mismo respeto- a los colombianos que justifican su existencia?
“Lo que digo no es descabellado: los estudiosos del
conflicto afirman que la no extinción del ejército creado por
"Tirofijo" se debe a que tienen una base social importante”.
Lo que continúa hilvanando Quitián sin duda les debe producir
ronchas de rencor a los uribistas, al generalato y a los dueños y directores de
los medios, entre otros guerreristas, quienes han empleado sin límites la diabólica
estrategia de manipulación y desinformación mediática para ganar la guerra:
“No nos engañemos: este grupo insurgente cuenta con apoyo
y respaldo civil. Siempre lo ha tenido y siempre lo tendrá. Y tanto los
subversivos como su base social son colombianos y los segundos (los civiles) en
un estado de derecho -como el que nominalmente tenemos- podrían expresar su
simpatía política con las Farc.
“Al fin y al cabo el ser "políticamente
in-correctos" no es causal de prisión. Incluso en Alemania, donde el tema
es altamente sensible, declararse seguidor de Hitler no genera sanción
punitiva.
“Privar de la libertad a alguien por pensar diferente en
materia política - o peor aún: asesinarlo-
es fascismo y si se llega al extremo de la eliminación física es un
crimen. Eso me enseñaron en la universidad”.
Una cosa es Alemania y otra muy distinta es el régimen
que padece Colombia, el cual ha sido capaz de aniquilar todo un partido
político de oposición sin el menor sonrojo: La Unión Patriótica.
Por pensar diferente hay actualmente en las cárceles, víctimas
de falsos positivos judiciales, al menos 7.500 presos y presas, cuyo delito fue
disentir y oponerse a las injusticias de las clases dominantes en el poder.
Sólo para mencionar un corto ejemplo, a finales de enero
de 2011 la Fiscalía informó que tenía documentados 173.183 asesinatos; 1.597
masacres; 34.467 desapariciones forzadas, y al menos 74.990 desplazamientos
forzados, crímenes cometidos entre junio de 2005 y el 31 de diciembre de 2010
por paramilitares, cuando supuestamente ya se habían desmovilizado.
Los grupos paramilitares en la historia de Colombia, han sido ejércitos criminales que le han hecho el trabajo sucio al
régimen. Es difícil encontrar una masacre en la no haya responsabilidad del Ejército
o la Policía, ya sea por acción o por omisión.
“Los paramilitares
son la amante del militar. No se puede llevar a la casa, pero hay que tenerla”.
Esta regla militar fue expuesta por el entonces mayor del Ejército Hernán
Orozco, en declaración ante los tribunales por su participación en la masacre
de Mapiripán (1).
"Militares retirados me dijeron que de los cuarteles
salían los sicarios para asesinar a miembros de la Unión Patriótica”, le dijo
recientemente a El Espectador el exconsejero presidencial y exviceministro Carlos
Ossa Escobar (2).
Decenas de paramilitares han declarado ante Justicia y Paz, las alianzas entre militares y 'paras' en distintas zonas del país.
Acontinuación transcribimos en su integridad el artículo de David Quitían:
Acontinuación transcribimos en su integridad el artículo de David Quitían:
¿Quién te enseñó a
odiar a las Farc?
Por David Quitián el 8 de Noviembre 2012 3:39 PM
Hablemos claro: no todos quieren la paz en Colombia. Y
ojo que digo "paz" (palabra chocante por utópica y demagógica) y no
"diálogos de paz" porque ahí si el porcentaje de opositores
incrementaría.
Si englobamos las estadísticas de prensa, casi un tercio
de la población nacional se muestra entre contradictora y escéptica de las
negociaciones Santos- Farc.
La desazón es natural: existen razones objetivas e
históricas para creer que no habrá trato. Sin embargo, lo inadmisible es que
haya motivaciones políticas y electorales para hinchar en contra del proceso
que debería convertir a las Farc en un partido político.
Hay todo un movimiento de ajedrez político que busca
repetir un jaque, pero esta vez sin estratagema oculta, sino de cara a la
opinión pública.
Por increíble que parezca, esta suerte de cruzada
"anti-diálogos" tiene futuro. Así se lo explico a un amigo brasilero:
liderar el fracaso de las negociaciones tiene un premio gordo: la presidencia.
Y con ella el regreso de un régimen que privilegia la guerra
y se inspira en la política inaugurada en los escombros de la torres gemelas
por George W. Bush:
La doctrina de la paranoia, del ataque preventivo, de la
restricción del disenso y de las libertades en pro de la defensa, de la
seguridad. Eso en clave colombiana es "seguridad democrática".
Sí. Ya escucho los gritos heridos, las maldiciones y los
insultos: soy colombiano y entiendo que esto puede producir indignación y
rabia.
Sin embargo me pregunto hasta qué punto estos
sentimientos tienen un asidero real, justificable y en dónde empieza la
construcción social de esas emociones. Dicho de otra manera: cómo se aprende a
odiar a las Farc.
Hablando con vecinos, familiares, amigos he oído teorías
exóticas como que "ellos (los de las Farc) nacieron malvados, son
desalmados por naturaleza" hasta las más razonables que afirman que ellas
"combaten al Estado, la legitimidad del establecimiento; la soberanía
económica".
Si convenimos que esas impresiones anti-Farc merecen
respeto (al fin y al cabo quienes las expresan lo hacen con toda honestidad)
¿por qué no concederles la misma gracia -el mismo respeto- a los colombianos
que justifican su existencia?
Lo que digo no es descabellado: los estudiosos del
conflicto afirman que la no extinción del ejército creado por "Tirofijo"
se debe a que tienen una base social importante.
No nos engañemos: este grupo insurgente cuenta con apoyo
y respaldo civil. Siempre lo ha tenido y siempre lo tendrá. Y tanto los
subversivos como su base social son colombianos y los segundos (los civiles) en
un estado de derecho -como el que nominalmente tenemos- podrían expresar su
simpatía política con las Farc.
Al fin y al cabo el ser "políticamente
in-correctos" no es causal de prisión. Incluso en Alemania, donde el tema
es altamente sensible, declararse seguidor de Hitler no genera sanción
punitiva.
Privar de la libertad a alguien por pensar diferente en materia
política - o peor aún: asesinarlo- es
fascismo y si se llega al extremo de la eliminación física es un crimen. Eso me
enseñaron en la universidad.
Para el caso recuerdo la lapidación pública sufrida por
el prelado del Valle cuándo abogó por la Majestad del Estado en la operación
contra Alfonso Cano.
Su llamado de atención merecería una investigación
judicial (¡estamos hablando de la probidad del status quo!) y no meramente un
ejercicio intelectual jurídico: el número uno de las Farc debió ser detenido,
enjuiciado y -seguramente- condenado, no abatido cuando la asimetría de fuerzas
era de 1000 a 1.
Lo que resulta significativo es la elección de enemigos
que hizo la sociedad colombiana: poca -o casi nula- animadversión para los narcotraficantes
(incluso hasta telenovelas se le hacen y mucho me temo que existe ambigüedad en
su condena),-
una ojeriza tibia hacia los paramilitares (que registran hechos
tanto o más condenables que los de la violencia guerrillera) y toda la rabia
hacia las Farc (otro filón de análisis es porqué el ELN no despierta tanto
furor en contra).
No obstante ese odio exacerbado no fue siempre así:
incluso durante varios gobiernos recientes (Barco, Gaviria, Samper) la agenda
fue copada en la lucha y desmantelamiento de la mafia. Fue a partir de Pastrana
y particularmente de Uribe que el obrar de esas fuerzas insurgentes tiene rango
apocalíptico.
La conclusión es
que el odio y su intensidad también son construidos. Uno no nace odiando. A uno
le enseñan a odiar. Y que ese capital (número de personas que comparten ese
sentimiento) es aprovechado políticamente por una elite dirigente.
Lo que resulta paradójico es que aceptándose eso, que los
odios son elegidos y que se vierten contra personas que piensan y obran
distinto, todavía no se asuma que la resolución de las diferencias, del
conflicto, debe ser necesariamente por la vía política.
El panorama es complejo, difícil y la apuesta del actual
gobierno es temeraria según las condiciones presentadas. Santos se juega su
continuidad en el poder. Del otro lado las Farc también tienen razones para
desconfiar: se saben impopulares y no olvidan el magnicidio de la UP.
Por eso creo que la clave de todo está en la paciencia.
En los avances lentos, pero ciertos. El afán y la prisa son exigidos por
quienes resultan beneficiados con la guerra (como aconteció en EE.UU respecto a
Vietnam).
Y finalmente, es inevitable, las dos partes deberán
creer. Acreditar en el proceso y creer en la contraparte. Esa confianza también
debe ser construida y respaldada por la gente.
Para el caso medite estas
preguntas amigo/a colombiano/a: ¿en qué me ayuda mi odio? ¿Qué sociedad quiero?
y ¿cómo puedo contribuir a que esto termine bien?