Respuesta del máximo comandante de las FARC a la carta de
indígenas del Cauca
Montañas de Colombia, 20 de Julio de 2012.
El máximo comandante de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo, FARC-EP, Timoleón Jiménez, “Timochenko”,
dio respuesta a una carta que indígenas del norte del Cauca le habían enviado
solicitándole el retiro de ese ejército insurgente de sus territorios.
A continuación el texto íntegro de Jiménez publicado en
la página de Internet de las FARC:
Respuesta de Timoleón Jiménez, a la Asociación de
Cabildos Indígenas del Cauca
Compañeros:
Asociación de Cabildos Indígenas Cxhab Wala Kiwe (Norte
del Cauca)
Montañas del departamento del Cauca.
Apreciados compatriotas:
He tenido conocimiento de la comunicación recientemente
dirigida por Ustedes, la cual cuidé de leer con sumo respeto y atención.
Con la misma claridad y franqueza con que su Asociación
expresa su pensamiento y propósitos, procedo a responder sus inquietudes en mi
condición de Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP,-
organización
que como ustedes conocen, nació en 1964 a la vida política colombiana como
expresión de la resistencia popular a la guerra, y se acerca a cumplir
cincuenta años de lucha indeclinable por la paz.
Que ustedes expresen con tanto fervor su anhelo por la
paz, confirma nuestra convicción de que las grandes mayorías colombianas claman
en las cuatro esquinas del país por ese preciado bien.
La guerra civil
colombiana no ha sido una decisión del pueblo de este país, sino una imposición
de sus clases pudientes dominantes.
Es natural que el pueblo que la sufre la rechace con
ahínco. Nosotros somos los primeros. Por eso la combatimos en todas las formas
posibles.
Es un hecho reconocido por numerosos estudiosos de la
realidad colombiana, que la guerra en nuestro país responde a un modelo de
acumulación de capital.
El despojo de la propiedad rural y su concentración en
cada vez más pocas manos, ha coincidido de manera asombrosa con las sucesivas
agresiones contra las zonas agrarias por parte de las fuerzas oficiales y
paraoficiales.
Pretextos para ellas nunca han faltado. Las FARC no
estamos integradas por soldados pagos ni conscriptos, sino por gente sencilla
del pueblo de Colombia que se ha levantado a la resistencia.
Campesinos, indígenas, negros y mestizos que decidimos
enfrentar con las armas la agresión.
Es absolutamente cierto que el despojo contra los
indígenas americanos lleva más de cinco siglos. Razón de más para luchar por su
justa reivindicación.
Compartimos completamente todas las aspiraciones de las
comunidades indígenas y de hecho las estamos apoyando al riesgo de nuestra
propia vida.
Pero la fuerza de los hechos históricos impone también
que los indígenas no son las únicas comunidades violentadas y perseguidas en
Colombia.
A veces parece desprenderse de sus sinceras alegaciones,
que las comunidades indígenas sólo miran por ellas mismas, desconociendo la
suerte de los demás desposeídos y perseguidos de Colombia, que suman por lo
menos treinta millones de compatriotas.
El grave conflicto colombiano no puede ser solucionado
sólo para las comunidades indígenas, simplemente porque ustedes hacen parte de
Colombia, habitan en territorios codiciados por los mismos terratenientes e
inversionistas que despojan a colonos, mineros, trabajadores y demás sectores
explotados.
Con todo el respeto y la consideración que merecen, me
permito expresarles que no es aislándose del resto de colombianos que claman
fervientemente por la paz y la justicia social, como van a lograr conquistar
sus viejos anhelos.
El Ejército colombiano no sólo ocupa resguardos
indígenas, sino que cumple su labor predadora por todo el territorio nacional.
Su misión es prestar seguridad a inversionistas,
empresarios y terratenientes nacionales o del extranjero, al precio de aplastar
cualquier oposición al modelo de saqueo y empobrecimiento que defienden.
Nosotros no sólo creemos que el Ejército debe salir de
las comunidades indígenas, sino de todo el campo colombiano.
Su misión natural es guarnecer las fronteras en defensa
de la soberanía nacional, pero las clases dominantes lo han convertido en una
máquina al servicio de poderosos intereses extranjeros, dirigida directamente
por generales norteamericanos.
El reconocimiento de la autonomía y la autoridad de las
comunidades indígenas no nos hace ciegos ante la suma de intereses que llegan a
ellas.
Si los conquistadores españoles se valieron de la
Iglesia, los halagos personales y hasta de la corrupción de muchos caciques
como mecanismos de avanzada para su presencia expoliadora, sabemos que igual
sucede hoy con diversas organizaciones de rostro humanitario, benefactor o
clientelista.
Fenómenos así minan la credibilidad de muchos liderazgos
en la propia base indígena y descomponen su organización.
Sentimos sincero respeto por su oposición al empleo de la
violencia como mecanismo de lucha. En una humanidad civilizada, ajena a los
intereses de clase, seguramente que tal pretensión será generalizada. Por eso
luchamos.
Pero no es menos cierto que las realidades de Colombia,
gobernada secularmente por una casta violenta y agresora, terminaron por
producir la respuesta digna de los de abajo.
Y esa también es una forma
respetable de lucha, que no puede ser condenada por principio sin borrar de un plumazo la historia y rozar los
límites de la utopía.
Como se infiere de su aspiración de poder desarrollar un
proyecto de vida, sin que cambien las condiciones económicas, políticas,
sociales y culturales que dominan el resto del país.
El problema de ustedes no puede ser examinado a la simple
luz de la no presencia del Ejército o la guerrilla en los resguardos, porque
como dice Santos, el Ejército jamás va a abandonar sus bases.
Porque su presencia encarna un modelo de dominación
nacional, continental, de aspiraciones mundiales. Lo que hay que derrotar es
ese modelo, y para ello hay que comenzar por el cambio del régimen.
Esa es nuestra lucha y la de millones de colombianos que
estamos seguros los apoyan en este momento, los cuales verían fortalecidas sus
aspiraciones si ustedes también apoyaran sus reivindicaciones. El asunto en la
hora es unir fuerzas, no separarlas.
Las guerras son cruentas, más las que enfrentan a los
pueblos con regímenes terroristas al servicio de potencias imperiales.
Toda la maquinaria militar, económica, ideológica y
política es puesta en juego por estos últimos en aras de su victoria.
Ella incluye la propaganda negra, los infundios y
provocaciones más groseras. Nosotros más que nadie somos víctimas de todo eso
junto.
Si a nuestra gente llegan muchachos indígenas sanos,
desesperados por la miseria en que crecieron, ansiosos por luchar para mejorar
la suerte de su pueblo, no los rechazamos.
No podemos, así es la lucha. Igual sucede con campesinos,
mineros, obreros, estudiantes y toda la juventud colombiana que decide unirse a
la lucha.
Las normas del Derecho Humanitario que ustedes citan
prohíben ubicar bases y cuarteles de guerra en medio de la población. Nosotros
jamás lo hacemos, ustedes saben que la tropa sí, y de manera permanente y
dolosa.
Ustedes exigen que no empleemos nuestras armas con riesgo
para la población civil. Nosotros somos población civil a la que la violencia
estatal y paramilitar obligó a alzarse. Jamás podríamos tener en la mente la
idea de afectar gente inocente.
En eso compartimos por completo su reclamo con plena
disposición a evitar que ocurra. ¿Pero qué hacer con las fuerzas terroristas de
ocupación? Consideramos válidos y legítimos los heroicos esfuerzos que ustedes
cumplen hoy.
Si en Colombia cesan las operaciones militares, los
bombardeos y ametrallamientos, los desplazamientos forzados, el despojo de la
tierra, los crímenes contra el pueblo y la
impunidad, con toda seguridad que no tendrá sentido la existencia de las
guerrillas.
Si el Ejército, la Policía y los paramilitares salen del
Cauca, si termina su guerra contra indígenas, campesinos, mineros y pueblo en
general, nosotros no tendremos problemas para salir también.
En toda Colombia crece un ruidoso clamor por la paz. Por una salida política a la confrontación. Esa ha sido
entre todas la más vieja de nuestras banderas.
Es el régimen el que jamás se ha prestado a poner fin a su predilección por la violencia. Es a él al que hay que obligar a abrir un diálogo.
Es el régimen el que jamás se ha prestado a poner fin a su predilección por la violencia. Es a él al que hay que obligar a abrir un diálogo.
Ustedes, que hoy más que nunca sufren el estilo
característico de responder en Colombia a las aspiraciones de paz, son
bienvenidos sin duda al trabajo por ella. Con su presencia combativa estaremos
mucho más cerca de ella.
Reciban todos mi afectuoso abrazo, que es el de todas las
FARC-EP, el de todo el pueblo colombiano que los admira, aplaude y respalda.
Timoleón Jiménez,
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EPMontañas de Colombia, 20 de Julio de 2012.
Fuente: http://www.farc-ep.co/?p=1102