La inmoralidad del presidente Santos, del ministro de
Defensa Pinzón, de la cúpula militar, de la dictadura mediática y de buena
parte de los colombianos no tiene límite
Por Camilo Raigozo. Notimundo
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Por Camilo Raigozo. Notimundo
En una entrevista publicada ayer por El Espectador, el
general Sergio Mantilla Sanmiguel, comandante del Ejército, afirmó que, “esas lágrimas también son mías”,-
refiriéndose al llanto del sargento Rodrigo García
Amaya, en el cerro Berlín en el norte del Cauca, cuando la comunidad indígena lo
desalojaba junto con otros militares de sus territorios ocupados.
A pesar de que el presidente Santos, el ministro de
Defensa, Juan Carlos Pinzón, la cúpula militar, la clase política, los gremios,
los medios y la oligarquía del país en general, expresaron su-
“indignación” y repudio,
por la valerosa acción de la comunidad, los hechos no dejaron a ningún militar
con heridas de consideración, salvo moretones y rasguños.
Ningún uniformado tuvo que ser llevado de urgencias a
hospital alguno, víctima de la “agresión indígena”, como la presentaron los
medios.
En cambio en la sangrienta retoma del cerro Berlín por el
ejército y los escuadrones Esmad, al menos 26 indígenas fueron heridos, la
mayoría de gravedad.
Además de lo anterior, Eduar Fabián Guetio Bastos, de 20
años de edad, fue asesinado por tropas del Ejército en el municipio de Caldono,
en la madrugada del 18 de julio pasado.
Un día después, en medio de la feroz represión desatada
contra las comunidades por la fuerza pública, Mauricio Largo Campo, de 28 años
de edad, fue asesinado por tropas del ejército en el municipio de Caloto.
Estos muertos también son suyos, general Mantilla
Sanmiguel, porque fueron asesinados a sangre fría por las tropas que usted
comanda y defiende, aunque estos crímenes no le causan indignación ni rechazo y
los califique solo como simples “errores”.
Precisamente de esos “errores” es que están cansados
los pobladores. De que los sigan matando, desapareciendo, torturando, amenazando.
De que la fuerza pública ubique sus guarniciones y trincheras
en medio de los poblados urbanos, en las fincas y viviendas rurales,
infringiendo el Derecho Internacional Humanitario, al ponerlos como
escudos humanos.
Ni el presidente Santos, ni el ministro de Defensa Pinzón, ni la cúpula militar y mucho menos la dictadura mediática, han manifestado
su indignación por estos crímenes y abusos de la fuerza pública, de la misma
manera que lo han hecho por las lágrimas del sargento García Amaya, lo cual es
infinitamente inmoral,
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