“Mucha tierra en pocas manos y muchas manos sin tierra”: Antonio Torres*
Ideas, pensamientos y reflexiones sobre el Encuentro Nacional de PazNo todos están convencidos. Convencidos de esa Prosperidad Democrática. Convencidos de una prosperidad impulsada por unas locomotoras (minería, agricultura, vivienda, infraestructura e innovación) que, así como pregonan progreso, arrasan a su paso territorios, tierras y biodiversidad.
“Mucha tierra en pocas manos y, muchas manos sin tierra”, con esta frase, un humilde campesino sintetizó, con la sabiduría que le han dado la tierra y el campo, todo lo discutido en aquella Mesa de Trabajo sobre Tierra, territorio y recursos naturales.
La tierra está en el centro del conflicto armado colombiano. Su fertilidad, sus tesoros, sus frutos. Desde la megaminería rapaz por el oro y el carbón, hasta las miles y miles hectáreas para la agroindustria.
El capital transnacional, gracias a los privilegios y beneficios dados, establece en nuestra nación un foco de explotación y concentración de riquezas, manteniendo así abiertas las venas de nuestros territorios. Y es precisamente ésta, una palabra, que debemos tener en cuenta: el territorio.
El conflicto armado colombiano no ha implicado únicamente la lucha por las tierras, sino, además, por los territorios. Esta territorialidad da una mayor complejidad a la búsqueda de la paz, pues no basta una simple restitución de algunas hectáreas,-
cuando no hay garantías para la tenencia y el uso de la tierra, así como un respeto por los territorios, que son los escenarios de vida y buen vivir de las comunidades campesinas, afrodescendientes e indígenas. Sin territorios diversos, no hay vida buena.
Y de ahí los conflictos que caracterizan hoy la ciudad colombiana, una colcha de retazos, donde personas de regiones y territorios diversos llegan a un espacio, desplazados, desarraigados, con recuerdos y cicatrices de una violencia estructural, desmovilizados, reinsertados. Con una huella de sangre, de odios, de violencia, de rencores en su interior, que también hace de la ciudad un ambiente hostil.
En la construcción de alternativas para la paz, resulta crucial la participación del campesinado y de los movimientos populares. “La llave la tiene el campesinado”, “los campesinos también pueden gobernar este país”.
Con frases como estas, el campesinado colombiano responde a un gobierno que manifiesta ser el único en tener la llave, en su bolsillo, para un eventual proceso de paz con la guerrilla; o que manifiesta que “a un perro no lo capan dos veces”.
Aunque Juan Manuel Santos crea tener esa llave guardada en su bolsillo, los sectores populares colombianos, y sus representantes reunidos en Barranca, tienen claro que para resolver el conflicto y trazar rutas para la paz,-
los campesinos, los negros, los indígenas, los estudiantes, los jóvenes, las mujeres, los obreros, no podemos permanecer al margen de este proceso. Así que este debe ser un diálogo diverso, incluyente y con una amplia participación.
Si bien es cierto que la inversión extranjera ha alcanzado U$8565 millones, 61% más que en igual período de 2010, esto no se está traduciendo en paz y un buen vivir para las comunidades colombianas.
Al contrario, se incrementa la concentración de la riqueza, de las tierras y se ponen en juego los territorios, amenazados por la embestida de los megaproyectos a desarrollar en áreas como la minería, la infraestructura y la agroindustria. Un rotundo NO a esos megaproyectos manifestaron las comunidades.
Un rotundo NO a la Ley Forestal que nuevamente amenaza, a la Ley de Tierras, al PND, al POT, a los TLC… Y exigen, para las rutas de paz, un fortalecimiento de la educación; la consolidación de Zonas de Reserva Campesina como medio eficaz para la prevención del desplazamiento;-
garantizar la propiedad equitativa y justa de la tierra; liberar a la Madre Tierra de esos megaproyectos que atentan contra los territorios, la soberanía y la autonomía de los pueblos; y, ante todo, que nos apropiemos de las propuestas, de las luchas.
Debemos, desde nuestros contextos, desde nuestras particularidades, hacer de la paz un horizonte común. Pero no una paz a medias, sin las transformaciones de fondo que las comunidades exigen.
Ha de ser una paz sin esos odios que permanecen vivos, sin la mercantilización de nuestros territorios y los patrimonios naturales de nuestra Madre Tierra, sin esa intensificación de actividades extractivas de nuestra biodiversidad que ponen en riesgo la vida y la soberanía, sin agricultura en botellas de Coca-Cola existiendo tantas tierras…
El campesino no produce sólo alimentos: construye cultura, vida, historia… Y sin sus tierras y sus territorios no puede hacerlo. La ciudad no es su ambiente, una terraza no es su parcela, ni las calles sus caminos.
La tierra necesita ser liberada y justamente distribuida, por lo que es interesante la Reforma Agraria Alternativa que se viene impulsando. Por la vida más allá del hombre, debemos alentar las luchas en esta ciudad…
*Licenciado y docente de biología, miembro del Colectivo Suba Nativa