miércoles, diciembre 03, 2008

“Mortandad democrática”
Horror en la región del río Guayabero entre el Meta y Guaviare
Por Camilo Raigozo. Voz

“Así como avanzaba el ejército, iba sembrando el horror y el miedo en los campesinos residentes en la región del río Guayabero, entre los departamentos de Meta y Guaviare.

“Por donde pasaban, los militares iban golpeando, agrediendo, torturando, quemando las viviendas, asesinando selectivamente a los labriegos y desplazando a familias enteras. Robaban animales, alimentos, enseres y dinero.

“Lo que no podían llevarse lo destruían, como guadañas, motores, herramientas, etcétera. El objetivo del gobierno con esos demenciales actos, es que la gente abandone la zona para repoblar las veredas con sujetos afines a su régimen, tales como terratenientes, palmicultores, narco-paramilitares, ganaderos y multinacionales entre otros.

“Para acelerar el criminal proceso, fumiga los cultivos de pan coger, abocando al hambre y a la ruina al campesinado”, le relataron a VOZ miembros de una delegación de la región.

Una de las 5.000 historias

“El 25 de febrero de 2006, llegó a mi vivienda en la vereda La Tigra, municipio de San José del Guaviare, una patrulla del ejército. Nos encontrábamos en esos momentos, mis tres hijos, mi esposo, un cuñado y dos trabajadores.

“Luego de golpearlos y torturarlos, el ejército se llevó a los cuatro hombres con destino desconocido, acusándolos de ser guerrilleros. De nada valieron las súplicas mías y de los niños para que no cometieran esos abusos.

“Con la esperanza de encontrarlos con vida, salí en su búsqueda a las seis de la mañana del día siguiente. Les llevaba un termito de café caliente.

“Después de caminar media hora me encontré a unos policías, quienes me amarraron de pies y manos, me vendaron los ojos, me pusieron unas capuchas y me golpearon brutalmente. “Guerrillera hujueputa, ¿por qué no llora?”, fueron las palabras más cordiales que les oí decir.

“Durante todo el día mantuvieron golpeándome con saña. Me pateaban y se paraban encima de de mi cuerpo que casi se revienta por la herida de una operación reciente en mi vientre.

“El brazo izquierdo también estuvo a punto de fracturárseme nuevamente por las torceduras y los golpes a los que me sometieron. En la interminable sesión de tormento, al menos uno de los policías quiso violarme sexualmente y al menos otro se opuso rotundamente.

“El dolor no tenía límite, pero no me impedía pensar en la suerte de mis hijitos, de mi esposo y de los que estaban en poder del ejército, unos y otros en lugares desconocidos.

Me hicieron caminar como gallina ciega

“Tal vez al finalizar el día me levantaron y me hicieron caminar como gallina ciega durante un buen rato. Me tumbaron en un hueco, me pusieron los fusiles en la cabeza y quién los comandaba dijo, “Guerrillera hijueputa, tiene cinco minutos para que nos diga que usted y los malparidos que agarramos ayer en su casa son guerrilleros o si no se muere ya”.

“Le contesté que ninguno éramos guerrilleros, y resignada esperé la muerte sin dejar de pensar en la suerte de los míos.

“En vez de los disparos en mi cabeza, oí la voz de un informante que anda con el ejército acusando a los campesinos de ser guerrilleros y condenándolos a muerte. “Sí, esa h. p. es Susana, la guerrillera costeña”, dijo el hombre. Otro agregó al instante, “matemos ya esa h. p. y dejémosla ahí mismo”.

“Sin embargo me sacaron del hueco y caminamos hasta un sitio donde había harto ejército. Allí me desamarraron y un comandante castrense ordenó quitarme las capuchas y la venda. “Esta mujer se está muriendo”, dijo como para sí mismo al ver mi estado.

"Ordenó venir a un médico, quién llegó inmediatamente. Al examinarme dijo entre dientes: “Esos desgraciados no tienen alma”. Me aplicó una inyección y me suministró pastas para el dolor. Mientras tanto, el interrogatorio del comandante continuó, razón por la cual le narré todo lo que había sucedido.

48 horas de “seguridad democrática”

“Prepárese para la sorpresa que le vamos a dar”, dijo de repente. Cundo miré a donde me indicó, no pude contener el llanto que me produjo la felicidad de ver a mi esposo con vida.

“Tanto a él como a sus acompañantes, el ejército los había golpeado y torturado igual o peor que a mí. Luego de esos escasos momentos de felicidad un helicóptero militar se los llevó acusados de rebelión.

“Ahí supe que a un muchacho que había sido detenido por las tropas regulares en la zona, cuyo nombre omitimos por el respeto a su dignidad, había sido sometido a violaciones sexuales y a otras demenciales torturas físicas y sicológicas por parte de los militares, hasta que quedó sumido en el más profundo abismo de locura.

“Finalmente el comandante ordenó mi libertad y yo salí para mi casa. Cuando llegué al lugar donde estaba ubicada, de esta solo quedaban las cenizas y los últimos vestigios del fuego que la había consumido por completo, con todo lo que contenía en su interior.

“Hasta las gallinitas que teníamos se las había llevado el ejército. No podía creer que del trabajo de toda la vida, solo nos quedara la ropa que teníamos puesta.

“En menos de 48 horas la “seguridad democrática” había dejado a mi familia en la más completa ruina, y lo peor es que la misma suerte la habían corrido por lo menos otras 70 familias de la zona del río Guayabero”. Ese fue el epílogo de la breve historia de Esther Gracia, narrada por ella misma a VOZ.

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