martes, septiembre 09, 2008

La cabeza del pacificador
Por: Reinaldo Spitaletta. El Espectador

Delincuentes que entran a la “Casa de Nari” como cualquier José Obdulio o secretario de prensa palaciego; un jefe seccional de fiscalías que se vende a un capo por una cuatrimoto, colaboración estrecha del Ejército con los paramilitares, y así cada día este país de santos y “perras” nos entrega un asombro. Y de la parapolítica saltamos a los paragenerales.

Ahora, con la nueva detención del general Rito Alejo del Río, se recuerdan otra vez los crímenes paramilitares en Urabá y el Chocó y en Mapiripán. El denominado “pacificador de Urabá” parece estar implicado en múltiples atrocidades, aunque para algunos de sus defensores de oficio, es un héroe trastrocado en víctima.

¿Por qué ciertas ONG lo muestran como un símbolo de los crímenes de Estado? ¿Por qué la Comisión Interamericana de Derechos Humanos lo liga criminalmente desde 1997 a los paramilitares? ¿Por qué será que alias H.H. lo denuncia como cómplice del paramilitarismo en Urabá?

Al general, que ahora sí parece estar en un laberinto, los Estados Unidos le quitaron la visa por su presunta relación con los paramilitares, y el presidente Andrés Pastrana lo retiró del Ejército por la serie de acusaciones y evidencias en su contra. Pese a pruebas de operaciones conjuntas entre el paramilitarismo y la Brigada XVII al mando del general Del Río, las investigaciones en su contra extrañamente no prosperaron.

En las confesiones que alias H.H. le hizo a El Espectador el 2 de agosto pasado, tras mostrar desconcierto de por qué al general Del Río o el “pacificador” no le habían abierto ningún proceso, se dice que Rito Alejo se reunió, entre otros, con Carlos Castaño.

Y cuando Del Río era comandante de la Brigada XVII “yo secuestré dos personas dentro de la Brigada”. A los dos detenidos (¿los sacarían a espaldas del general?) los asesinaron los paramilitares.

Por los tiempos de su estadía en Urabá, el general, apoyado por el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, y su secretario de Gobierno, el finado Pedro Juan Moreno, auspició la creación de las Convivir, que, según lo expresó el mismo H.H., eran todas de los paramilitares.

La terrorífica alianza entre Ejército y “paracos” estuvo en boga en aquellos tiempos de masacre, según las declaraciones de Salvatore Mancuso y Éver Velosa.

Uno de los asesinatos más crueles sucedió durante la Operación Génesis, dirigida por el general Rito Alejo del Río en las riberas de los ríos Cacarica, Salaquí y otros, en el Chocó, y cuya secuela más visible fue un enorme desplazamiento de campesinos.

El 27 de febrero de 1997, militares y paramilitares que operaban juntos mataron al campesino Marino López Mena. Primero, lo obligaron a subirse a una palmera a cogerles cocos; luego, lo machetearon. La víctima se lanzó al río, le dispararon y la atraparon.

Tras decapitarla, jugaron fútbol con su cabeza y quisieron obligar a los asustados habitantes de Bijao a imitar el desafuero.

El paramilitarismo, con la complicidad de la Fuerza Pública, causó millares de asesinatos en Urabá, muchos de ellos en los tiempos en que el general Del Río era el comandante de la Brigada XVII. Cuando Pastrana lo sacó del Ejército, un combo de amigotes le hizo un desagravio en el Hotel Tequendama, en el mismo donde después Álvaro Uribe le pagaría una suite a un delincuente.

¡Ah!, y en el homenaje parlaron, entre otros, Uribe Vélez y Fernando Londoño. Hubo voces que señalaron al general como un perseguido por las ONG. Y por los defensores de derechos humanos.

Tal vez ahora el ex fiscal Luis Camilo Osorio, que dio por precluida la investigación contra Del Río, deba dar alguna explicación. Las víctimas del paramilitarismo (y del militarismo) esperan justicia. O al menos que los culpables paguen por una cabeza.

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