El desplome anunciado
Por: Eduardo Sarmiento
La economía se quedó sin sectores que lideren el crecimiento y arrastren al resto. El alza de las tasas de interés determinó una severa contracción del crédito que indujo la caída de la vivienda, los automóviles y finalmente la inversión.
La información reportada por el Dane confirma nuestra anticipación de que la economía entró a mediados del año pasado en una fase de destorcida y se desplomó en el segundo trimestre. El producto nacional creció 3,7%, cifra que corresponde a la mitad de la registrada al final de 2007.
Lo grave es que la composición de la cifra es peor que su magnitud. El núcleo central de la economía, representado por la industria, la agricultura, la construcción y la electricidad, no explican ni un punto del crecimiento.
Aparte de la minería, que creció 7,8%, el modesto desempeño corre por cuenta de sectores que carecen de cifras confiables y tienen una naturaleza residual. La economía se quedó sin sectores que lideren el crecimiento y arrastren al resto.
No menos significativa es la información por el lado de la demanda. La inversión bruta aumentó 8%, y si se le descuenta el aumento de inventarios, la neta no llega a 5%, el consumo crece 2,8% y las exportaciones 11%.
Si se tiene que las exportaciones están deformadas por la sobrefacturación de las ventas a Venezuela, la demanda queda en nada. La producción no tiene la contraparte que la valide y sustente.
Es ampliamente aceptado que los planes y las teorías deben ser evaluados con respecto a los propósitos.
En diciembre, el Gobierno, los gremios y los centros de estudio encuestados por el Banco de la República proyectaban tasas de crecimiento superiores a 6% y hasta hace una semana el presidente de la Andi, el Ministro de Hacienda y distinguidos académicos sostenían que la economía crecería más de 5%.
Una discrepancia tan generalizada entre las previsiones y los hechos es una evidencia de que sus autores operaban alrededor de visiones equivocadas.
En general, se montaron en la creencia de que el crecimiento venía de afuera en la forma de inversión extranjera, privatizaciones y especulación y que el Banco Central autónomo lo consolidaba y aseguraba su estabilidad.
No se advirtió que la entrada de capitales no tiene las características de motor de crecimiento; por el contrario, dentro del marco de cambio flotante configura una burbuja especulativa de revaluación, elevación de las cotizaciones de la Bolsa y explosión del crédito, que no genera empleo ni es sostenible.
Por otra parte, el alza de la tasa de interés para combatir la inflación mundial fue un total fiasco; no logró el propósito y, en su lugar, contrajo la producción y el empleo. Las causas dominantes están representadas por la revaluación y el alza de la tasa de interés.
La revaluación ocasionó la quiebra de los sectores de confecciones, el cierre de empresas de flores, el desmantelamiento de la producción de materias primas y el desplazamiento del empleo.
Por su parte, el alza de las tasas de interés determinó una severa contracción del crédito que indujo la caída de la vivienda, los automóviles y finalmente la inversión.
A la contracción del sector externo se le agregó la del mercado interno, y en conjunto reventaron la burbuja y desataron el descenso de la producción.
Tal como lo infieren las cifras, la economía quedo sin sectores que lideren e impulsen el crecimiento y, lo peor, sin demanda que lo sostenga.
El Banco de la República y los áulicos buscan ocultar su responsabilidad, claramente registrada en sus predicciones fallidas, atribuyendo el desplome a factores externos.
Curiosamente, los mismos personajes durante el año del desplome mantuvieron sus vaticinios de crecimiento asiático, clamaron que la economía estaba blindada y recomendaron elevar la tasa de interés y comprimir el gasto público.
La explicación es más simple: sus teorías convencionales sobre inversión extranjera y tasa de interés resultaron al revés.
No se trata de simples disquisiciones numéricas. Si las causas del desplome vienen del exterior y son incontrolables, no hay razón para introducir modificaciones de fondo, sino cambiar las metas y esperar a que se corrijan las condiciones adversas.
Pero si la caída de la actividad productiva proviene de desatinos del Gobierno y del Banco de la República, el método científico y el sentido común sugieren reformular las teorías y cambiar los modelos e instituciones.
Ante todo, se plantea reconocer que la economía no ha logrado construir un motor de crecimiento que le dé continuidad y sostenibilidad y éste no aviene de afuera con estímulos de mercado.
Se requiere un desarrollo industrial fundamentado en el aprendizaje en el oficio que suministre las bases sólidas para la generación de divisas, la demanda y el empleo.
Lo más urgente, aceptar que la organización del Banco de la República de tipo de cambio flexible e inflación objetiva no corresponde a la realidad mundial.
El Gobierno y el Banco deben adoptar en forma explicita una modalidad de intervención cambiaria que no sólo eleve el tipo de cambio sino reduzca sus enormes fluctuaciones; bajar las tasas de interés y coordinar las políticas monetaria y fiscal con miras a detener el desplome de la producción; y acudir a instrumentos distintos a los monetarios para moderar las presiones inflacionarias externas.