El Mambrú latinoamericano
Por Daniel Samper
Borrachos por el jolgorio de los 80 puntos de popularidad presidencial (¿o son 95?, ¿o 107?), muchos colombianos no se percatan de la preocupante deriva que están tomando algunas cosas en el país bajo el manto político y filosófico de la Seguridad Democrática, tan positiva en otros aspectos.
En primer lugar, el desdén por la ley. En segundo, la tendencia a mentir. Después, el reino de la improvisación. Y, para completar, una intensa iniciativa para imponer la Opinión Única, golpear a los disidentes con el garrote del patriotismo y enredar a los enemigos oficiales.
Parte de esta última operación consiste en rechazar reflexiones adversas al Presidente y sus cercanos colaboradores. Se multiplican los insultos contra quienes discrepan, surgen extrañas complicaciones a quienes investigan asuntos sucios del mandato (caso del magistrado Iván Velásquez Gómez) y una guardia pretoriana de columnistas se encarga de sacarle al Gobierno las castañas (casi escribo las micas) del fuego y distraer los temas delicados cuando la embarra.
Golpe a golpe se impone el criterio de que importa poco violar la ley si, al hacerlo, se consiguen buenos resultados. Consumado el acto ilegal -bombardear un país vecino, utilizar símbolos protegidos por convenios internacionales-, el Presidente ofrece excusas o bien atribuye la responsabilidad a subalternos invisibles.
De pulir el remiendo se encargan opinadores amigos de la casa, para quienes un atropello a las normas internacionales es un insignificante "mugrecito".
La estrategia conduce al encubrimiento sistemático. ¡Qué enredo el del doctor Uribe, el ministro Santos y algunos altos mandos por el mal uso de la Cruz Roja! Celebro vivamente el éxito de la 'Operación Jaque'. Pero temo que estamos pagando por él una costosa factura: la violación consciente de la ley y la clara sensación de que el Gobierno nos miente. Salta entonces la cuestión del patriotismo.
¿Es antipatriótico revelar realidades incómodas para el mandatario? No. Pienso, como el desaparecido escritor gringo Edgard Abbey, que "patriota es el que está dispuesto a defender a su país contra su gobierno".
Muchas de las mentiras oficiales surgen por el desorden general de la Administración. Reconozco el interés de Uribe por escuchar y solucionar problemas. Pero su habilidad para gobernar al detal contrasta con sus erráticas políticas generales, sobre todo en asuntos exteriores.
Para muestra, la curiosa novedad de que -como si no tuviéramos suficiente con la pseudoguerra con Venezuela, la viceguerra con Ecuador y la cuasiguerra con Nicaragua- nos sumaremos a la conflagración de Afganistán. Ya somos el Mambrú latinoamericano.
¿Por qué Afganistán? Dicen que es un bonito adiós al presidente Bush y un amable "¡jalou!" a su sucesor. Además, una cortesía con España, madrina de nuestra tropa. Aún estamos a tiempo de que más bien los visiten los niños vallenatos.
¿A cambio de qué? No han informado. Por lo menos se debería negociar, en compensación, un mejor trato consular en Europa y Estados Unidos a los colombianos.
¿Cómo será? Lo ignoramos, pues cada día salen nuestros gobernantes a exponer nuevas versiones. Primero iba a ser un batallón de 100 soldados; luego, una mezcla de soldados e ingenieros; al final, el generoso regalo de Colombia al mundo parece reducirse a un puñado de hábiles desminadores. Menos mal.
Resulta increíble que decisión tan importante se meza a la bulla de los cocos y no merezca un debate serio ni responda a una política sólida. Entre otras cosas, porque la de Afganistán es una señora guerra de siete largos años que los aliados están perdiendo (así lo dijo en enero un informe independiente), que deja más muertos estadounidenses que el conflicto iraquí y que nos matricula en un complicadísimo lío narco-terror-político-religioso.
Sin olvidar que seguimos siendo socios de la guerra de Irak, esa sí, a diferencia de la que nos disponemos a emprender contra los talibanes, abiertamente ilegal. Es decir, un "mugrecito".
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