Por
Juan Carlos Hurtado y Federico García / Semanario Voz
Diálogo
con Francisco Sierra Caballero. El director del Centro Internacional de
Estudios Superiores de Comunicación para América Latina, Ciespal, habló sobre
las tensiones en el campo de la comunicación, la cultura y la política, en el
contexto de los cambios políticos latinoamericanos.
Hace
año y medio, Francisco Sierra Caballero reside en Quito, Ecuador, desde donde
dirige Ciespal. Este español quien fue redactor del periódico comunista Mundo
Obrero, es licenciado en periodismo; posgraduado en sociología, ciencia y
tecnología; máster en edición; doctor en ciencias de la información y experto
en sociología del consumo e investigación de mercados.
También
ha publicado numerosos libros sobre comunicación, cultura y ciudadanía. Habló
con Voz para entregar elementos de juicio que permitan analizar el papel de los
medios de comunicación en los actuales procesos de transformación
latinoamericana.
¿Qué piensa del debate sobre
la libertad de prensa en América Latina?
Mi
percepción es negativa porque sigue prevaleciendo en el campo académico y en la
práctica profesional una concepción que califico despectivamente como
decimonónica, es decir ajena a la realidad de un mundo hipermediatizado y de
sectores de la comunicación hiperconcentrados.
Si
hacemos un análisis cruzado de las nuevas prácticas mediáticas de comunicación
de los ciudadanos y por otro lado la estructura de la propiedad, ese concepto
de libertad de prensa que esgrimen los gremios profesionales y organizaciones
de la patronal como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), nos lleva a un
pobre debate sobre los retos de la democracia.
El
concepto de libertad de prensa es obsoleto donde hay una tendencia a la
financiarización de la industria cultural. Hablar de eso en ese contexto es de
ingenuos o de querer ocultar relaciones de poder, control y dominio casi
absoluto, como el que hay en América Latina, donde hay una estructura de los
medios en pocas manos, en pocas familias y desde donde se han venido
vertebrando golpes que algunos los llaman blandos; son golpes de Estado.
Entonces, ¿cuál es hoy el
debate pertinente en la comunicación?
Hay
que cuestionar esa concentración y reivindicar el dominio público en la
comunicación, que no significa necesariamente propiedad estatal de los medios,
sino ampliación de formas, con fórmulas mixtas, medios comunitarios con
participación del Estado o propiedad del Estado gestionado por las
organizaciones ciudadanas.
Pero
que implique ampliar ese dominio público para poder hablar de democracia,
porque si no, son -como decía Habermas- unas voces administradas desde los
sectores capitalistas o dominantes en los medios de comunicación, quienes
pueden hacerse valer.
Por
ejemplo en Ecuador, el programa de defensa del servicio público de la
comunicación es el de la defensa de los derechos humanos. Es un programa muy
concreto que sirve a la defensa del derecho a la salud, a la cultura. Realizar
el programa de los derechos humanos es el papel de los medios de comunicación.
El papel de la SIP
En ese debate, ¿cuál ha sido
el papel de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)?
La
ocultación de la violación de los derechos humanos, como en Chile.
Afortunadamente el nuevo Colegio de Periodistas ha expulsado al propietario y a
una de las familias que han dominado la comunicación para servir a intereses
externos.
Está
demostrado que junto con la CIA y los aparatos represores del Estado, la prensa
jugó a la ocultación de la eliminación física de opositores a la dictadura.
Entonces, la SIP es enemiga de la libertad, por lo que hay que hacer una
política de defensa de la libertad de prensa no confundida con la libertad de
empresa, que es lo que piensa la SIP.
Lamentablemente,
es lo que piensa la mayoría de gremios de profesionales y creo que ahí hay un
trabajo por hacer: una mayor pedagogía de las políticas de comunicación; formar
a las nuevas generaciones de comunicadores en la conciencia de que sin dominio
público, sin una economía de los bienes comunes en comunicación, no hay
posibilidad de democracia.
Si
no, el programa sería el de la SIP, que es recorte de libertades, concentración
de la propiedad de los medios, y connivencia con los intereses del capital
financiero internacional y de las transnacionales que mediatizan la esfera de
la política.
Hoy
día, todos los politólogos reconocen que el campo de disputa de la democracia
es el mediático, y por eso ha habido oposición y virulenta reacción a los
procesos de regulación de Venezuela, Argentina y Ecuador.
Ante
lo que menciona, ¿cuáles son los retos para quienes piensan en transformaciones
en ese campo?
Hemos
avanzado muy poco. Especialmente en la izquierda tenemos que pasar de la
denuncia a propuestas de regulación. Esto pasa por un ejercicio de política
cultural.
Tenemos
que hacer pedagogía democrática de que un eje de la disputa por la democracia
no puede ser regulado por el capital privado y la SIP, que se niegan a
reconocer este derecho universal. Naciones Unidas reconoce el derecho a la
comunicación como derecho universal.
Esa
regulación ya no se puede hacer sólo en el Estado-nación. Si hablamos de
internet, de las telecomunicaciones o de las corporaciones globales, un Estado
tiene poco margen de competencia.
Necesitamos
procesos supranacionales de regulación de la gobernanza democrática
internacional de internet o temas sensibles como la video-vigilancia que se
impone a través de las redes de telecomunicaciones.
Los retos
Si el escenario de disputa
política es el comunicacional, ¿cómo construir el escenario público de la
comunicación?
Si
hablamos de Ecuador, la Ley de Comunicación es una gran conquista democrática,
pero empezando por la estructura es muy difícil cambiar un mercado o un sector
estructurado con relaciones de poder muy jerarquizadas.
También
se han tenido dificultades en Argentina. En Ecuador, el 34% del espectro
radioeléctrico que tiene que ir a los medios comunitarios no se está
desarrollando, y la propuesta de política pública de medios del Estado debe ser
reformulada.
Por
ejemplo, no hay una segmentación de audiencias, no hay contenidos para el
público rural en un país básicamente agropecuario, tenemos canales en manos del
Estado que repiten los mismos contenidos de los medios privados, falta un canal
temático para cada sector.
En
la izquierda tenemos que hacer una autocrítica en el modo de configurar
política pública. Normalmente la comunicación se considera instrumental, por lo
tanto es una herramienta para hacer llegar el mensaje y no se considera que
haya complejidades que hay que asumir:
Segmentación
de audiencias, nuevos servicios audiovisuales con la televisión digital
terrestre, nuevos contenidos, formas de participación, modelos de gobierno de
los medios públicos que deben dar una mayor voz a los ciudadanos para evitar
las críticas de su gubernamentalización.
Hay
una agenda por hacer que parte de la ausencia de crítica y reflexividad de la
izquierda sobre el papel de la comunicación. No se problematiza la mediación
como debiera ser para una perspectiva crítica, emancipadora.
Hay
que pasar de la protesta a la propuesta. El debate no es la regulación de los
contenidos sino de los procesos, las estructuras, las dinámicas y el acceso al
dominio público. Sin duda, los procesos de regulación en Argentina, Ecuador y
Venezuela son conquistas.
La prensa de oposición
Pero para hacer eso hay que
ser gobierno, ¿pero qué hacer cuando se está en la oposición, en espacios
contrahegemónicos? ¿Cómo ir más allá del diagnóstico? ¿Las nuevas tecnologías
son suficientes?
Las
nuevas tecnologías son importantes pero no suficientes. Me estás hablando en un
país que considero paradigma de la innovación en narrativas, de la creatividad,
las formas de innovación ciudadana justamente por el terror que ha vivido el
país, por la resistencia que ha hecho que se busquen fórmulas creativas.
No
conozco otro país del mundo como Colombia que sea tan rico en experiencias de
medios alternativos y comunitarios. Quizá aquí se dan dos circunstancias de lo
que se hace en el sentido gramsciano de la política que es articular,
establecer puntos de encuentro.
Falta
articular para hacer plataformas de medios. Faltan políticas de comunicación
desde la izquierda, muchas veces cuando se ha llegado al poder regional o local
no se ha planteado como prioridad estratégica este tema, cómo tener un medio
que articule.
Los
gobiernos progresistas en América Latina no han situado la comunicación como
prioridad; ha sido secundaria, instrumental. El ALBA, Celac, Unasur, deberían
tener un plan estratégico internacional de comunicación, porque es en ese campo
donde se está dando una guerra ideológica importante.
En
los medios de izquierda se debate sobre temáticas y lenguajes. Justamente en
nuestra pasada edición hubo una nota sobre las implicaciones de la forma como
los jóvenes están viviendo su sexualidad en Colombia. Y se generó un debate
interno. ¿Cómo encontrar un punto medio para renovar temas y lenguajes sin caer
en la frivolidad?
No
tengo una fórmula pero sí puedo decir que no se pueden desconectar los
lenguajes, las narrativas y los medios de comunicación.
En
el momento que hagamos un periódico en el que no estén los elementos que las
nuevas generaciones están construyendo -y las formas de construir política hoy
día se hacen con las emociones,-
el
cuerpo, la gestualidad, elementos de la cotidianidad-, y mantenemos cierto
puritanismo y narrativas desactualizadas, no se conecta con los nuevos actores,
con los nuevos sujetos, con quienes hay que hacer los nuevos procesos políticos
de emancipación.
La
política es la vida cotidiana. Yo diría que la gente quiere traer la política a
esa vida cotidiana y creo que hay que narrar con un lenguaje de la
cotidianidad.
Miremos
el programa Infraganti en Telesur que con una retórica muy abierta, con un
lenguaje televisivo se está haciendo política y se está informando.
No
hay una sola forma narrativa para hacerlo, el problema es cuando solo se
utiliza uno –un lenguaje clásico- en la era de la hipermediación y del lenguaje
visual. Hemos pasado de la comunicación representacional a la expresiva, por lo
que se conecta mejor con temas relacionados al cuerpo, a las emociones, a la
vida cotidiana.
Por
eso hay que revisar los lenguajes para no mantener unos códigos y tipos de
expresión ajenos al lenguaje de esos sectores. Si no, implica que no te
comunicas con ellos. Hay que renovar y mantener modelos diversos. Ahí está la
complejidad de la comunicación política hoy: que no vale una sola.
La academia
Ante este panorama, ¿cuál es
el reto de la academia, si se parte de que parece estar de espaldas a la
realidad?
La
universidad está en un proceso de crisis y transformación en este proceso que
algunos llaman de capitalismo cognitivo, que de algún modo cuestiona el papel
de la información y del conocimiento, del código.
La
universidad está un poco de espaldas a las transformaciones del capitalismo y
era el único ámbito que no había sido colonizado por las lógicas del capital.
Hay
retos: Recuperar una de las características del pensamiento emancipador
latinoamericano de tradiciones como las de Paulo Freire o Fals Borda, que es
vincular las prácticas de investigación, teóricas, científicas a los procesos
emancipadores.
La
declaración de Santa Fe había fijado el control de los poderes públicos a
través de la judicialización o del ejército, el control de la opinión pública a
través de los medios de comunicación, y el control y cooptación intelectual de
los académicos.
Desde
la década de los 80 esa estrategia de Estados Unidos se tradujo en que por
ejemplo todos los ministros de economía se formaron en universidades
estadounidenses. Los académicos deben ser conscientes de los retos de su país y
recuperar su compromiso intelectual.
Si
no, tendremos tecnócratas que se dedican a cumplir los objetivos de
Colciencias, a incrementar el puntaje de producción científica en el sistema de
ciencia y tecnología, pero que no atienden a las necesidades nacionales.
La
academia está cazando moscas, y eso es preocupante en un momento en el que hay
una transformación radical de un nuevo espíritu del capitalismo, en el que la
información y el conocimiento son centrales, y en el que se está colonizando
desde el capital la universidad y la investigación científica y técnica.
¿Qué sucede en Uruguay y
Venezuela con el tema de la democratización de los medios de comunicación?
Pepe
Mujica no se atrevió a regular a los medios, estuvo parando la ley de medios
continuamente; si lo hubiera hecho, ¿cómo sería la imagen de él construida en
la prensa internacional?
Tuvo
muchas presiones de las familias dominantes, no quiso confrontar, a pesar de
que fue un proceso de abajo hacia arriba a diferencia de Ecuador que partió del
gobierno.
Como
vio lo que sucedió con Ecuador, Venezuela y Argentina no quiso confrontar ni
tener una fuerte oposición mediática que es donde se construye la imagen del
gobierno. Hay que regular pero al mismo tiempo hay que ir creando medios
comunitarios por otro lado con políticas de Estado y a través de medios
públicos.
En
Venezuela en medio de esa dialéctica con la oposición ha habido una ampliación
de medios públicos. Telesur sigue creciendo como medio regional, pero su agenda
de noticias es muy venezolana y la gente no se reconoce, no se identifica;
tendría que cambiar la agenda de composición.
Lo
que pasa es que las disputas de comunicación no son solo mediáticas. Si se
analiza el ejemplo del Chile de Salvador Allende en 1973 y lo que se vive
ahora, es similar.
La
guerra psicológica y de baja intensidad es ideológica y esto implica todas las
formas en las que se pueda construir la psicología de desabastecimiento,
crisis, inestabilidad, falta de gobernanza que se está creando en Venezuela y
se va a crear en Ecuador en próximos años con las estrategias para el precio
del barril.
Y
eso no sólo se disputa en los medios, que pueden ayudar, pero si no tienen la
sensibilidad y la fibra necesaria para capturar y simplemente hacen propaganda
como sucede en la visión tradicional de la izquierda, llegará un momento en que
habrá una separación entre el discurso y la realidad.
Chávez
tuvo muy claro lo que se estaba jugando e hizo una política de ampliación de
medios y Maduro la continúa con una red de comunicación popular y alternativa.
Para
mí es más importante el sector de los medios populares, ciudadanos, para
sostener alternativas democráticas de comunicación porque son participativos,
están vinculados al territorio o a sectores específicos de población.
Nota
tomada de: Semanario Voz