Por John Jairo Salinas
El 5 de junio del 2012, bajo un sol canicular, niños,
mujeres jóvenes, adultos, indígenas, campesinos, autoridades departamentales,
en el municipio cordillerano de Pijao, Quindío,-
hicimos un canto a la vida, a
la esperanza, como símbolo de resistencia, contra la política depredadora de la
minería a cielo abierto.
Desde nuestras danzarinas cascadas de las verdes montañas
del Quindío, y el embrujo de nuestro esmeraldino paisaje cultural cafetero, en
homenaje, y haciendo honor-
a los guerreros Pijaos, y al cacique Calarcá, desde
la plaza de Bolívar de este bello poblado del Quindío, nos concitamos alrededor
de defender la “pacha mama”.
Poniendo como principio fundamental la defensa de
nuestros recursos naturales como sustento de vida.
En un país de muchos sueños frustrados y de muchas
esperanzas, acunado por dos océanos que podrían abastecer de alimentos a toda
la humanidad;-
bañado por tres ríos arteriales en cuyas fuentes nadie padecería
de sed; con abundantes riquezas naturales que contrastan con la miseria de la
gente; con una prolija diversidad cultural en la cual se hablan 86 lenguas
indígenas, despliega sus alas un joven departamento (Quindío) que bordea los
casi 50 años de vida administrativa.
Se ve amenazado por una gran cantidad de
multinacionales de explorar, expoliar nuestras montañas, que hacen ver en ellas
el hechizo y el encanto para propios y extraños.
En la vertiente occidental de la cordillera central,
rodeado por los páramos de Chili, Cumbarco, y Barragán, y por los dulces y
mansos ríos santo domingo, barbas y Verde, con palmas que le hacen cosquillas
al cielo, miradores que otean las estrellas;-
con campos aromatizado por el
café, y cuchicheados por suspiros de guadual; con una rica historia cultural
que habla de indios que hacían cantar al oro y lo convertían en chispeantes
ánforas y poporos;-
con un pasado de resistencia indígena liderado por el
ventrudo cacique Calarcá y con mitos y leyendas que brotaron de los labios de
los colonizadores quienes se abrieron camino a punta de machete y hacha, se
extienden, pues,
hoy 1845 kilómetros cuadrados, con una población aproximada de
600.000 personas, el Quindío, el más pequeño departamento de Colombia, se
encuentra enajenado un 70% de su territorio a las grandes multinacionales
mineras.
Quindío, Otrora, desgajado del antiguo caldas, como si no
fuera suficiente de extraer indiscriminadamente sus riquezas naturales, cruza
por graves problemas que lo acongojan. Un trepidante movimiento telúrico arraso
en 1999 con barrios enteros, dejando sin techo a miles de familias.
Todos los municipios fueron afectados y a pesar de los
esfuerzos gubernamentales y de todos los colombianos, el Quindío sigue sin
recuperarse.
Aun proliferan cambuches y cientos de personas sin
vivienda y de donde proveerse el pan de cada día puesto que el trabajo escasea
o no existe.
Antes del terremoto en el Quindío se presentó la crisis
económica por la cual atraviesan los cafeteros, crisis originada en la ruptura
de pacto de cuotas de la organización internacional del-
grano lo que sometió al
libre juego del mercado los precios, arrastrando con sigo a la quiebra a
cientos de productores y al desplazamiento de centenares de familias hacia la
ciudad.
Numerosos cultivadores cambiaron el ancestral cultivo a
una diversificación de productos agrícolas que, a la postre, colapsaron por la
desmesurada importación de alimentos en la década de los 90, que saturo el
mercado y solo dejo un mar de ilusiones con una consiguiente quiebra total.
Ahora la minería a cielo abierto cubre con su manto
siniestro al departamento del Quindío y encuentra como caldo de cultivo las
profusas desigualdades socio económicas que viven en él.
La pobreza legada por el pasado y aupada por el
neoliberalismo, la exclusión de vastos sectores sociales, una concentración del
poder político en pequeños reductos familiares que mantienen su-
dominio gracias
al clientelismo y a la corrupción, lo cual a desvencijado los magros
presupuestos de los municipios, declarados en su mayoría “paisaje verde
cafetero”.
Los problemas que se generarán con la minería a gran
escala serán de índole político, económicos, sociales, culturales, ecológicos.
Harán que esta región se convierta, como en otras tantas del país donde se
explotan recursos naturales, todo un infierno social.
Es por esto, con estos antecedentes exigimos al gobierno
nacional, de que se respete la dignidad del pueblo Quindiano, al no permitir de
que se lleve a cabo este modelo de desarrollo depredador.
La pujanza de esta
tierra cafetera , como hace quinientos años, debamos empuñar la lanza Pijao,
defender el territorio Kakataina, preservar nuestra identidad cultural,
defender el agua el oxígeno no se requieren de leyes “leguleyas”, para saber
que estos son derechos básicos fundamentales.
¡Sin maíz no hay país!, ¡queremos chicha, queremos maíz
fuera multinacionales del país!, fueron las consignas constantes que se
gritaron al unisonó en las calles de Pijao.
Está comprobado que la minería a gran escala, atenta
contra la seguridad y soberanía alimentaria de nuestra región. El cianuro, el
mercurio, la dinamita, no pueden ser la política de desarrollo sustentable
frente al esperpento de la mega minería a cielo abierto.
La segunda y definitiva independencia es, y tendrá que
ser contra los nuevos invasores de este continente (Las multinacionales).
Proponemos desde este manifiesto proteger, y volvernos
custodios de nuestras montañas, porque ellas hacen que la madre naturaleza nos
brinde la mejor obra pictórica que es nuestro verde andino.
Para completar este aterrador panorama, con la firma del
tratado de libre comercio (TLC), con los estados unidos, toda su normatividad
estará por encima de la legislación nacional, garantizando y-
blindando a las
multinacionales, de explotar indiscriminadamente los recursos naturales, además
la siembra de agro combustibles, el remplazo de las semillas autóctonas, por
semillas transgénicas;-
hace que nuestras futuras generaciones tengan que
padecer de hambre y sed, ¡la paz empieza cuando termine el hambre y la miseria
en nuestro pueblos!.
Como no lo dice el gran pensador y el titán, de las
letras latinoamericanas Eduardo Galeano
La violencia engendra violencia, como se sabe; pero
también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como
espectáculo y la convierte en objeto de consumo.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se
aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué
sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Una vez más el Quindío se alza y se pronuncia contra la
mega minería.