miércoles, septiembre 24, 2008

Juegos peligrosos
Por: José Fernando Isaza. Rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

Durante el auge de los carteles de la droga circulaban historias, reales o no, del negocio de los caballos de paso, cuyo precio reflejaba el éxito de alguna “coronación”.

Un ejemplar se vendía por 1.000 millones de pesos; rápidamente quien lo compraba lo vendía por $1.500 millones y a los pocos meses se transaba en $5.000 millones, hasta que algún traqueto se quedaba con él y no encontraba comprador, perdiendo el sobreprecio que había pagado. Para consolarse decía que lo había cambiado por dos perros de $2.500 millones cada uno.

Al mismo tiempo, quienes no necesariamente pertenecían al negocio de las drogas, encontraban una forma de hacer rápida fortuna: la construcción; se compraban apartamentos, oficinas, acciones de nuevos clubes o condominios campestres.

Se revendían a los pocos meses con utilidades del 50–60%, hasta que alguien lo compraba para venderlo y no encontraba comprador, con el agravante que la compra la había hecho con crédito. La crisis bancaria de mediados de los 90 se desencadenó en buena parte por esta razón.

La fiebre especulativa está presente en todos los países. Uno de los más cerrados, Albania, precipitó la crisis del comunismo ortodoxo por la violencia desatada, al reventarse el globo de las pirámides.

La especulación en finca raíz que se presentó en Japón a comienzos de los 90 es de antología. El precio, que no el valor, de la tierra llegaba a límites absurdos. A los precios transados de la propiedad en Japón, valía tres veces más que la de Estados Unidos.

Un ejemplo que mostraba la irracionalidad de los precios era el siguiente: el valor del Palacio Imperial en Tokio, a los precios que se comercializaba el metro cuadrado en sus vecindades comerciales, superaba el de toda la propiedad raíz de California.

No es de extrañar que el estallido de esa burbuja haya causado una crisis bancaria y una recesión de la cual apenas recientemente se está ligeramente saliendo.

El boom de las empresas punto com, en los años 90, llevó a miles de personas a la quiebra, y a unos pocos al éxito. Todavía se recuerda la historia de un compatriota, Kaleih Isaza, diseñador de un portal de gobierno en línea.

El valor bursátil de su empresa lo hizo aparecer como el hombre más rico de Colombia, superando a Julio Mario Santo Domingo.

En pocos meses la empresa entró en bancarrota, y él también. Afortunadamente era un buen comunicador y vendió la historia de su fracaso empresarial, se realizó la película Star up.com, lo cual le permitió vivir un tiempo de las regalías.

Especular no es necesariamente malo; por eso existen las bolsas de valores, siempre que se realice con recursos propios, las posibles pérdidas no pongan en riesgo la estabilidad económica y las ganancias esperadas ameriten el riesgo.

Hacerlo en actividades no reguladas, como las pirámides, aumenta el riesgo, y en no pocas ocasiones compromete parte importante del ahorro de los ingenuos jugadores.


Es bueno recordar que es casi imposible que existan actividades lícitas que puedan generar en mediano plazo rendimientos del 50% o más anualmente.

¿Qué pasará cuando estallen las múltiples pirámides en Colombia? Se recordarán los casos de Casa Club y de los captadores que en los 70 ofrecían el 5% mensual, o del carnicero de Facatativá que captó más que algunas compañías de financiamiento comercial. Pasado un tiempo se repetirá el proceso.


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