El infierno de Uribe
Por: Ramiro Bejarano Guzmán. El Espectador
Antes fueron los senadores Héctor Helí Rojas, Rafael Pardo y el ex director del DANE César Caballero quienes disintieron de Uribe, y les pasó lo que les pasó. Hoy fue Iván Velásquez, a continuación la Corte Suprema, después Daniel Coronell, más tarde Gustavo Petro, en seguida Piedad Córdoba, luego César Gaviria, el siguiente Juan Fernando Cristo con todo el Partido Liberal, y al final de la jornada, el fiscal Iguarán. ¿Quién será el próximo? Cualquiera que crea que el Gobierno tornó invivible la República.
Ya llegará el día en el que Uribe salga iracundo a difundir más mentiras y falsas sospechas de las que anda escarbando contra todo el mundo el primo hermano de Pablo Escobar, el temible José Obdulio Gaviria, con la probable ayuda de organismos de inteligencia, para enlodar el nombre de quien enfrente el poder mafioso que ejercen amparados en la seguridad democrática.
Qué tal José Obdulio aplicándole la tesis de O.J. Simpson a Juan Fernando Cristo —a salvo de toda sospecha—, cuando Uribe no ha explicado por qué era el número 84 de una lista de personas nada confiables —por decir lo menos— para las autoridades americanas; o por qué él mismo fue señalado, a través de una versión rectificada a medias, por su primo, Roberto Escobar, de visitar la Catedral en las épocas de Pablo.
Uribe mancilla honras y la Casa de Nariño, permitiendo que dos de sus hombres se reunieran de noche y subrepticiamente con un delincuente y el abogado del siniestro Don Berna. Solamente en este cuatrienio era posible que ingresara a la casa de los presidentes un emisario de la oficina de Envigado.
A pesar de ser invitada, la directora del DAS no asistió a la perversa reunión, pero en vez de marginarse de ese sórdido acontecimiento, envió un “detective especializado en bandas”, no precisamente de músicos. ¿En cuál banda pensó? Acaso la de Job, o la de la “Casa de Nari”, agenciada por Edmundo del Castillo y César Mauricio Velásquez, el hombre del Opus Dei en Palacio a quien uno de sus contertulios le clavó el alias de El Cura, que insinuó que el presidente de la Corte es un canalla.
Que no insista el Gobierno en sostener que los oscuros visitantes entraron por el sótano dizque porque traían equipos de comunicación, pues las imágenes lo que permiten apreciar es que ninguno llevaba siquiera un maletín, que justificara burlar la puerta por donde ingresan quienes no necesitan ocultarse.
Es insólito que el Gobierno sindique a la Corte Suprema de manipular un “cartel de testigos”, cuando de lo que dan cuenta las evidencias es que Uribe se ha valido de declaraciones de prisioneros como Tasmania y Francisco Villalba para acusar a senadores opositores y magistrados, sin importarle las corrompidas condiciones en las que se suscitaron tales testimonios posteriormente retractados.
Y para premiarnos, ahora nos imponen una reforma política y otra para someter a la justicia, conducidas por un ministro que como Valencia Cossio se está cayendo, porque, entre otras, esta es la hora que no sabe por qué estuvo en su posesión el controvertido Luis Felipe Sierra, preso por vínculos con un paraco; ni ha justificado por qué llamó al Fiscal a pedirle una oportunidad para su hermano.
En ese ambiente enrarecido, el vicepresidente Santos y un obispo de la Conferencia Episcopal reclaman calma a todos, sin atreverse a decir que el responsable de esto es Don Álvaro. Echarles la culpa a muchos para que no se vea la imborrable falta de Uribe es oportunista e injusto, en particular con los magistrados de la Corte, quienes silenciosamente soportaron los insultos —a los que se ha sumado el indelicado Héroe de Invercolsa, Fernando Londoño— hasta cuando tuvieron que defenderse de los ataques orquestados en la penumbra desde la casa de Gobierno.
Mientras los inquilinos de la casa presidencial sigan siendo los mismos, aquí habrá zozobra, y muy pronto violencia, claro, contra quienes no hacen parte del “cuerpo de doctrina de Uribe”.