El desarrollo olvidado
Por: Cristina de la Torre. El Espectador
Cuando el Gobierno enfrenta su peor momento en seis años. Cuando la familiaridad con que emisarios de la mafia se mueven en Palacio revela equívocas cercanías acaso enderezadas a desmoronar la democracia. Cuando el hermano del Ministro del Interior y un general resultan involucrados con paramilitares y el Ministro sigue en el cargo.
Cuando el escándalo amenaza fracturar la popularidad de un mandatario que así desafía a la ley y las buenas costumbres, el analista Alejandro Reyes sostiene que el presidente Uribe rompió la alianza entre militares, terratenientes y paramilitares, que ahora se podrá “rescatar el poder público de manos de sus captores” y “definir un modelo de desarrollo vigoroso e incluyente” (El Tiempo, 27-8).
Si el cuadro político alarma, el modelo económico, solitario rezago del fundamentalismo del mercado en el continente, no augura desarrollo. Tanta confianza inversionista, tanta gabela al capital privado no nos han quitado, sin embargo, el liderato en desempleo entre las siete economías grandes de la región; ni en desigualdad, entre todos los países del mundo. Ni ha roto la espiral de la pobreza que, según la ONU, hoy agobia al 64% de los colombianos y mantiene en la miseria a la cuarta parte de la población.
Ya quisiéramos que el Gobierno y las fuerzas políticas volvieran a hablar de desarrollo, de industrialización, de seguridad social para todos. Pero la clase dirigente sigue sembrada en un credo que trocó el objetivo del desarrollo por el de la estabilidad monetaria y financiera, para delegarlo todo en el mercado.
Descorazona el balance. Con el nuevo modelo, el crecimiento no alcanza las cotas logradas a mediados del siglo pasado, cuando Estado y economía privada compartían la divisa de la modernización con redistribución del ingreso y búsqueda del empleo productivo. En vez de política social integrada al desarrollo, se despliega asistencialismo, dizque para conjurar la pobreza. Se apagan incendios, sí; y se cosechan votos. No más.
El mismo Stiglitz critica este modelo empotrado en la doctrina de que los mercados se corrigen solos, que solos asignan bien los recursos y sirven al interés general. Si con él creció alguna economía, sería en provecho de los ricos. El desmonte de la intervención del Estado en la agricultura de nuestros países, verbigracia, aupó una competencia devastadora del Primer Mundo que extremó nuestros problemas. Insiste el Premio Nobel en que no se trata sólo de crecer sino de sostener el crecimiento y, además, de vencer las desigualdades.
Síntoma de que el modelo periclita es el reciente fracaso de la Ronda de Doha. Se atrevió la India a decir que quería proteger su economía y la delegada de Estados Unidos replicó, con razón, que “eso sería como retroceder 30 años en el sistema multilateral”. Tampoco compartió, claro, la idea de que los países ricos recortaran subsidios a sus agricultores.
Mas es falsa disyuntiva la que opone Estado y mercado. Dirigismo de Estado existe hoy en China, a la par que iniciativa privada. En Chile, Brasil y Uruguay conviven política social y economía de mercado, ahora en condiciones de globalización.
América Latina rescata lo mejor de la economía mixta, de sus aproximaciones al Estado de bienestar de la posguerra. Entonces se buscaba armonizar la acción del Estado con el mercado, y hoy casi todos han retomado esta senda.
Nada indica que el Presidente de Colombia quiera sumarse a ese viraje, cuyo presupuesto primero sería, precisamente, desalojar a las mafias del poder público. Su cruzada contra la justicia parece querer frustrar el proceso de la parapolítica y darle carta de ciudadanía al nuevo estatus quo: la cohabitación del brazo político del narcotráfico con la clase empresarial que agigantó sus arcas con el modelo de mercado.