Aclaración al señor Enrique Santos Calderón
Amamos nuestra patria y a su gente. No nos interesa ningún otro lugar del mundo para vivir. Y lo soñamos libre de explotación e injusticia.
Por: Mauricio Jaramillo. Médico, miembro del Secretariado Nacional de las FARC-EP, Jefe de la comisión fariana en el Encuentro Exploratorio
Como si se tratara de cuestiones baladíes, el hermano mayor insiste en seguir culpando a las FARC de las demoras en la firma de un Acuerdo, por haber puesto de presente hondas diferencias y problemas de lenguaje y semántica, dentro de los cuales ejemplifica las dificultades presentadas con el término desmovilización. Las cosas fueron distintas.
Amamos nuestra patria y a su gente. No nos interesa ningún otro lugar del mundo para vivir. Y lo soñamos libre de explotación e injusticia.
Por: Mauricio Jaramillo. Médico, miembro del Secretariado Nacional de las FARC-EP, Jefe de la comisión fariana en el Encuentro Exploratorio
“Creo que para Semana Santa debe haber salido siquiera el
primer punto. Conozco a mi hermano, él está jugado con esto, pero su paciencia
no es infinita. Tampoco la del país”.
Con tales palabras termina el periodista Enrique Santos
Calderón su reciente escrito acerca de su participación en la fase exploratoria
de las conversaciones con las FARC en La Habana.
Es obvio que cada persona guarda en su memoria y parecer
lo que le llama particularmente la atención.
No todos miramos los acontecimientos desde una misma
óptica, lo cual se nota sobremanera cuando se trata de hechos con trascendental
significación política, en los cuales la visión de clase ejerce una poderosa
influencia.
Un integrante de la más rancia oligarquía capitalina,
describirá siempre sus experiencias de un modo radicalmente distinto a como lo
harían los alzados en armas que combaten a los de su clase. Es el caso del
artículo en mención.
El solo título de su crónica, Yo estuve negociando con
las FARC en Cuba, revela cierto tono individualista y fatuo, como si se tratara
de un acto heroico, algo que a diferencia del señor Santos, consideran
absolutamente normal los miles de campesinos y colombianos en general que se
relacionan con la insurgencia diariamente.
Y que no negocian nada con ella, como tampoco lo hizo el
señor Santos, quien formó parte de una comisión oficial que estuvo discutiendo
con nosotros los términos de un Acuerdo encaminado a posibilitar conversaciones
formales y públicas de paz.
Entendemos que el señor Enrique Santos releva con su
escrito a las FARC del compromiso de confidencialidad acordado.
Él, integrante de la delegación gubernamental y hermano
mayor del Presidente, reconocido periodista nacional, aborda la tarea de
exponer al público su versión acerca de
hechos cubiertos hasta ahora por la reserva. Así las cosas, es obvio que
nosotros también podemos hacerlo.
En realidad no entendemos cómo puede considerarse clave
al papel desempeñado por el hermano mayor en la fase inicial de las
conversaciones.
Participó en ellas, sí, como todos los integrantes
designados por el Gobierno, y jugó su papel. Pero de ahí a definirlo como clave
hay una gran distancia. Ambas delegaciones contaron con dos tipos de
integrantes, unos plenipotenciarios y otros llamados de la comisión técnica.
Desde un principio se nos aseguró que Enrique Santos
sería plenipotenciario, pero al final no figuró como tal, sino como una especie
de asesor, de delegado personal del Presidente, subordinado por completo al
propio jefe de delegación, el señor Sergio Jaramillo, el tipo clásico del
arrogante y presumido, siempre empeñado en hacer sentir su importancia,
especialmente a los de su propio equipo.
Quizás por ello escribe ahora el hermano mayor, urgido de
inflar su disminuida influencia a la hora de las conversaciones.
Ocurrió más de una vez que tras haber acordado alguna
cuestión con él, en alguna ausencia del señor Jaramillo, al llegar éste último
ignorara con evidente displicencia la palabra comprometida por el periodista
Enrique Santos. Era como si le
recordaran aquello de zapatero a tus zapatos.
Es cierto que el proceso estuvo a punto de morir por la
dificultad en concertar la sede de las conversaciones. Pero había un elemento
de gran peso contra la posición oficial de que los diálogos no podían
desarrollarse en Colombia.
La primera reunión entre delegados del Gobierno y FARC se
produjo en territorio colombiano, en la región del Catatumbo, con delegados de
parte y parte, sin que existiera formalmente proceso, lo que demostraba que eso
no era imposible.
Por cierto que las FARC, en aras de echar adelante las
conversaciones, terminamos pasando por alto la primera violación flagrante de
la palabra del Gobierno, pues en el
momento de acudir a la cita con los camaradas Andrés París y Ricardo Téllez,
los dos miembros de Estado Mayor Central autorizados, los delegados enviados
por el Presidente no fueron los de más alto nivel que había prometido, sino dos burócratas medios
completamente distintos.
Aduce exageradamente el hermano mayor, que el traslado de
Mauricio Jaramillo a Cuba entrabó durante un año el inicio de las
conversaciones.
Por encima de la hipérbole cabe aclarar que cualquier demora en ese
sentido sólo se puede achacar al Gobierno.
¿Alguien podría
considerar serio que los delegados oficiales sostuvieran que sólo se podía
trasladar al Comandante del Bloque Oriental de las FARC-EP por tierra, desde
las selvas del Meta o Guaviare hasta la frontera venezolana en el Norte de
Santander?
¿No podía el gobierno nacional disponer que un
helicóptero rodeado de toda clase de garantías lo trasladara de una vez hasta
Venezuela?
La desconfianza obviamente no podía derivarse de lo
acaecido con la operación Jaque, un hecho que todo el mundo reconoce hoy como
otra de las grandes farsas de la Seguridad Democrática, al lado de la
desmovilización paramilitar y los falsos positivos.
El Presidente, que ejerciendo como ministro de la defensa
ordenó la invasión militar al territorio ecuatoriano en marzo del 2008, mal
podía alegar que, aun contando con la autorización formal del gobierno de
Venezuela, el traslado aéreo era imposible por cuanto violaba los controles
antidrogas acordados con USA. Salta a la vista la pobre idea que tienen de la
soberanía nacional.
Al final el traslado se cumplió como lo planteábamos
nosotros. No sin que antes se generara otra discusión, porque según los
delegados gubernamentales el avión sólo podía llegar hasta Cúcuta, donde los
trasladados debían descender para continuar su recorrido en carro hasta San
Antonio, en el Táchira, donde debían abordar otra aeronave que los conduciría
al aeropuerto de Maiquetía.
Resultaba elemental pensar que tras la febril
argumentación santanderista que imponía cruzar innumerables retenes del
Ejército Nacional, se escondía otra intención non sancta.
Múltiples empecinamientos de ese orden, todos atravesados
en el camino por los delegados oficiales, han conformado la fuente real de los
grandes retardos.
El hecho de que tras exponerlos tercamente, el Gobierno
termine cediendo de un momento a otro, basta por sí solo para preguntar acerca
de su contribución efectiva a la celeridad de todo este asunto.
Algo de naturaleza semejante sucedió con la formalización
de Alexandra, la guerrillera holandesa, como delegada por las FARC.
Son cosas que no conoce el gran público y que por tanto aprovecha
mucha gente, en particular la gran prensa, para manipular y tergiversar la
verdad de lo ocurrido.
Sin duda alguna que el señor Enrique Santos cuenta con
varias maestrías en tal tipo de materias. De otro modo no dedicaría espacio a
su imaginaria descripción de la partida del Comandante del Bloque Oriental
desde un lugar situado a escasos kilómetros de San José del Guaviare, cosa de
la que él jamás fue testigo, pues los delegados del gobierno nacional no
tuvieron la menor injerencia en la
ejecución de ese procedimiento.
Lo que tal vez sí sea cierto, es que como todo miembro de
la alta burguesía nacional que se respete, el señor Enrique Santos pasa más
tiempo en Miami que en su propio país, del cual no obstante se considera uno de
sus propietarios exclusivos.
No hizo mención en su nota al aplazamiento que tuvo que
cumplirse en cierta etapa, porque un largo viaje de descanso familiar del
periodista al exterior impedía su presencia. Resulta increíble que por minucias
de ese orden la paz del país tenga que esperar.
Como si se tratara de cuestiones baladíes, el hermano mayor insiste en seguir culpando a las FARC de las demoras en la firma de un Acuerdo, por haber puesto de presente hondas diferencias y problemas de lenguaje y semántica, dentro de los cuales ejemplifica las dificultades presentadas con el término desmovilización. Las cosas fueron distintas.
Desde un comienzo el gobierno nacional dejó ver que lo
único que esperaba de un proceso de diálogos con las FARC, era la firma de
nuestra rápida y sumisa desmovilización. Haber logrado sobrepasar esa
inamovible muralla tras seis meses de discusiones puede considerarse de verdad
un logro importante.
Cualquier dificultad nacida de la confrontación armada en
Colombia, o como lo recuerda el señor Enrique Santos, de la liberación de los
prisioneros de guerra en nuestro poder, únicamente puede imputarse a los
delegados del Gobierno.
Este último asunto, como todos los demás, era
completamente ajeno al tema que discutíamos, el acuerdo de una agenda y unas
reglas de juego para conversar.
Eso había quedado suficientemente claro desde el cruce de
razones con el Presidente. Cuando ante la arremetida de los delegados
gubernamentales tuvimos con cierto énfasis que recordar esta regla, el hermano
mayor terminó cerrando el asunto con una especie de autocrítica, que culminó
con la mirada fija en sus colegas mientras sus labios recordaban: adjetivo que
no da vida, mata.
La pretendida infidencia que el hermano mayor sugiere al
hablar de la presencia del camarada Timoleón Jiménez en marzo pasado en La
Habana, no tiene en realidad nada de ello.
A ruego del Presidente Santos, y previa solicitud formal
del gobierno colombiano, el Presidente Chávez, aun desde su lecho de enfermo,
tuvo la gentileza de intervenir en algunos momentos difíciles, a fin de
contribuir con su enorme prestigio para que fueran limadas ciertas asperezas.
Las reuniones siempre contaron con el visto bueno del
Presidente Santos y su hermano mayor debe saberlo bien, a menos que por
prudencia no se lo hubieran comentado.
Hay algo que quisiera aclarar al señor Enrique Santos.
Cuenta que al despedirse de Mauricio Jaramillo, al que él insiste en llamar
siempre El Médico, a manera de apodo, para sembrar la matriz de un alias que
nunca han usado para él sus camaradas de las FARC, percibió que a ese hombre de
pocas palabras le hacía falta el monte.
Tareas de diversa índole hicieron
necesario mi relevo por el Camarada Iván Márquez al frente de la delegación
fariana.
Eso no tiene nada que ver con un presunto apego montaraz,
pese a los treinta y seis años de lucha guerrillera que llevo encima. Había sí cierta nostalgia por nuestra gente y
quizás no la podía ocultar.
Todas las aproximaciones y luego el encuentro
exploratorio estaban cubiertos por la más absoluta reserva y confidencialidad.
A diferencia de los delegados gubernamentales que viajaban de continuo a
Colombia o incluso a tours de recreación al exterior, nosotros permanecíamos en
Cuba dentro del secreto más absoluto.
Prácticamente nadie podía vernos y no podíamos dejarnos
ver de nadie, lo cual convertía nuestra prolongada estancia allí en algo
semejante a una clausura monacal. Nuestros interlocutores habituales no eran
otros que los integrantes de la delegación gubernamental encabezada por el
pesado señor Jaramillo.
En esas condiciones renacen todas las añoranzas. Por
Colombia, por nuestro pueblo, por nuestros guerrilleros que combaten con
heroísmo contra la maquinaria de muerte del Estado. Allí están sembradas
nuestras raíces.
Amamos nuestra
patria y a su gente. No nos interesa ningún otro lugar del mundo para vivir. Y
lo soñamos libre de explotación e injusticia. Seguro que el hermano mayor pensó
algo diferente.
Pero sería volver al comienzo y ya esto se convirtió en
una epístola. Hubo algo que me conmovió y agradó del señor Enrique Santos. Su
enfática afirmación de que cree en este proceso, porque lo considera una
obligación moral y política.
Pueda ser que sea cierto. Que pese más esto que la
frase con la que cierra su escrito y que yo elegí entre comillas para empezar
el mío.
No deja de tener cierto aire de amenaza. Debiera dejar
esas cosas para su hermano menor, el ministro Pinzón, o los generales de la
República.
Montañas del Oriente colombiano, 5 de enero de 2013.
Lea aquí el artículo de Enrique Santos Calderón: Yo estuve negociando con las FARC en Cuba
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