jueves, marzo 26, 2009

Crónica
Una semilla nace en medio de la violencia
Por: Karina Cordero S. Colectivo de comunicación Alerta Sur

“Las alegrías, mis sueños de ser abogado, un gran actor, han hecho que estos 15 años de mi vida no se dejen llevar por la tristeza y el veneno de la venganza; he aprendido en una academia de artes lo que es la solidaridad, el cariño y la importancia de obtener el gran conocimiento sobre alguna cosa que me sirva en un futuro; llevo 5 años aprendiendo danza, teatro, maquillaje artístico y efectos especiales, he aprendido a manejar cámara de video, construir guiones y saber toda la dinámica de la producción de televisión.

Con la voz entre cortada, Iván*, el joven que relata su historia, cuando sonríe muestra una sonrisa amplia que deja ver sus blancos dientes, un hombre que no pierde su acento demostrando sus raíces.

Él respira profundo, juguetea nerviosamente con sus manos, por la sensación del recuerdo, y con una mirada triste y miles de lágrimas que ya no pueden desgranar de sus ojos, Iván sigue contando la historia que dejó honda huella en su vida.

“Hasta mis 9 años viví en el Alto Magdalena, crecí con mi abuelo Fernando, mi tío Carlos, mi padre Alejandro y algunos otros familiares. Allí, fuera de respirar aire puro se huele la violencia, se ve la guerra y se quedó enredada mi vida, en la historia.

“Una historia que renace al igual que una semilla de mango que agarré una noche cuando mi abuela me sacaba del pueblo de manera incógnita para enviarme con mi madre a la ciudad de Bogotá; llevaba una ropa pequeña, “entre menos trapitos mejor” decía mi abuela un poco nerviosa y afanada, dolida y triste.

"En 1999 cuando regresamos de nuevo a nuestra finca todo era muy tranquilo en la casa, existía paz y las heridas habían sanado después de la muerte de mi tío cuatro años antes; un hombre que se casó con una mujer un poco mayor y con hijos, era dueña de varios terrenos, ellos se separaron y mi tío quedó con algunas tierras de su esposa, pero una mañana unos hombres vestidos de civil llegaron a su casa y lo sacaron de allí.

"Mi abuelo un gran negociante dueño de 40 reses y muy conocido en el municipio presintió lo que podía pasar, les pidió a los hombres que si lo pensaban matar que por favor no lo desaparecieran, ellos se lo cargaron y a la salida de la finca lo asesinaron.

El departamento del Alto Magdalena está rodeado por la violencia, donde se encontraba el frente 19 de las Farc, el bloque Norte de los paramilitares, con alias Jorge 40 y Mancuso, el Ejército y los diferentes entes del Estado de la seguridad nacional.

Allí, al igual que en varias regiones del país, existe una guerra que niega el gobierno, un conflicto armado que segundo a segundo perjudica a la gente de la población por el desplazamiento masivo, por la pérdida de sus tierras, de sus cultivos, de su ganado, de sus años de trabajo y lo más cruel, la pérdida de sus familiares.

Sus dedos entre lazados se movían afanados entre sus manos, parecía que sentía escalofrío cada vez que hablaba, se tocaba sus brazos con fuerza y pasaba varias veces saliva haciendo unas pequeñas pausas para proseguir con esta historia que lleva cada segundo en su memoria.

“Mi abuelo Fernando comienza a presentir muchas cosas “que esto era el principio de un gran dolor y el final de una familia”, él decide que todos nos desplacemos hacia Bogotá. Entonces, en 1997 dejamos 40 reses y parte de la vida viniéndonos con mi abuela, unos tíos, primos y mi papá.

“Cuando llegamos a la capital vivimos 12 en una casa con 2 habitaciones, dos baños, sala y comedor. Mi abuelo comenzó a conseguir trabajo y duramos dos años con problemas de dinero; era muy difícil mantenernos, entonces él decidió en el 99 que nos devolviéramos para la finca: pa´la tierrita; se rebuscó 200 mil pesos e iniciamos el regreso.

“En la finca la pasaba muy bueno, era muy bacano, jugaba en el campo, ayudaba a mi abuelo quien consiguió un cerdito y se volvió a contactar con la gente que le compraba ganado; poco a poco obtuvo un vivero, un billar restaurante, tenía matadero en la finca y a las afueras del pueblo una venta de cerveza.”

Iván se sentía tranquilo en esa época, vio de nuevo una luz que día a día sanaba las heridas de lo que habían vivido; en sus ojos se ve el brillo cuando evoca aquellos momentos, y en un minuto su rostro comienza a cubrirse de gestos dolorosos, agarra sus piernas un poco nervioso y su mirada se torna como vengativa.

“Un día mientras el sol se veía en la mitad del cielo para anunciar la llegada de la tarde, mi primo y yo jugábamos canicas, yo tenía aproximadamente 9 años y mi primo 7; mi padre Alejandro y mi abuelo Fernando que era mi gran amigo y mi pana, veían el noticiero esa tarde de marzo del 2003; en ese momento dos hombres llegaron en un auto rojo, golpearon a la puerta y preguntaron por Don Fernando.

“Mi abuelo les dijo que era él, entonces sacaron revólveres y le apuntaron a mi abuelo y a mi papá, quien quedó en estado de shock. Recuerdo bien a uno de ellos, era alto, mono, de ojos claros, fue este quien comenzó a golpear a mi abuelo en la nuca con el mango del revolver; luego le descargó todo el tambor y volvió a recargarlo varias veces hasta matarlo con 24 tiros en su cabecita.

“Yo observaba aquel cuadro dantesco y en un momento me le lancé por la espalda y lo agarre del cuello; mi primo y yo les gritábamos que lo dejaran en paz, les pedía que me mataran a mí. En uno de esos momentos el mono me disparó pero la bala sólo rozó mi rodilla.

“Salí corriendo en busca de los machetes de matar el ganado pero mi abuela los había lavado y había guardado en otro lugar, entonces corrí y corrí hacia la casa de mi tía, que estaba cerca, dentro de la misma finca; le conté lo que estaba pasando y salimos en busca de esos tipos que ya estaban montados en el carro y que apuntándonos con sus armas se fueron; mi padre quiso perseguirlos en la moto pero le habían averiado las llantas a balazos; luego vino el levantamiento del abuelo, el entierro y el novenario que marcaron mi vida a los 9 años.

“A la siguiente noche del novenario mi abuela me vistió de manera que no me reconocieran y me envió con mi mamá nuevamente para Bogotá, pues estos hombres habían amenazado con matarme.

“Mi abuelo nunca le fió ganado a la guerrilla, ni a los paracos, algunos de los cuales fueron amigos de infancia de mis tíos, pero mi abuelo tampoco les fiaba. Yo pienso que quizás por eso lo mataron. Más que la policía, “el Chirrido” era el que mandaba en el pueblo y de ahí hacia arriba la cadena de mando seguía con “el Grillo”, “el Flaco” y “Tolemaida”, aunque siempre en la cúpula, Mancuso.

“Un familiar supo que entre los autores intelectuales de la muerte de mi abuelo estuvo el Grillo y otro que aún parece que está vivo y que dice ser inocente, pero prefiero no mencionarlo porque me da miedo; al famoso “Grillo” lo mataron de una forma espantosa, lo torturaron, le quitaron uña por uña, lo abrieron y lo dejaron tirado en el municipio del Plato en el Magdalena.”

Después de un largo suspiro, Iván continúa narrando su tristeza en medio de un café que nos alienta y nos calienta en una fría noche bogotana.

“Yo llegué a vivir en la habitación donde vivía mi mamá, pero ella trabajaba de interna en otra casa, entonces me dejaba solo toda la semana con lo necesario para que viviera. A mi mamá le tocaba trabajar muy duro para poderle enviar dinero a mis hermanos que estaban viviendo en la costa.

“Mi mami sabía de mis sueños por ser actor y ella trabajaba para una señora que a su vez trabajaba para Caracol Televisión; entonces esta señora le dio varios contactos y entre esos, un Taller de producción de Televisión para niños y allí mi mamá me inscribió.

“Vivíamos en Candelaria la Nueva, muy lejos del taller de producción que quedaba en el norte, y como no tenía plata me iba caminando dos horas todos los sábados en la mañana, hasta la academia, para poder recibir mis clases de actuación, manejo de cámaras, creación de historias y grabación de películas, que hacíamos cada semestre.

“Ya me gradué y me estoy especializando en actuación con la ayuda de los directores del taller; ya voy en mi tercer montaje de un musical y ahora quiero volver al colegio para que al terminar pueda estudiar Derecho”.

Iván y su familia llegaron a Bogotá a causa de un desplazamiento forzoso por una guerra que parece no tener fin.

Ellos se acercaron a Acción Social, una entidad del Estado que es para la ayuda de los desplazados; allí les ayudaron para tener casita y algunas otras cosas, pero quizás esto no es suficiente; Iván no perdona ni olvida, él espera que aquellos que hicieron el daño paguen por sus delitos, aunque no le revivan a su gran amigo, a su maestro abuelo que aún recuerda y llora; Iván espera poder regresar un día a su finca y enterrar su pepa de mango que carga como el recuerdo de su abuelo, donde guarda un pasado que envenenó su corazón y que no le dejó ser niño.

Él espera sembrarla para que renazca, enfrentando los obstáculos para cumplir con sus sueños, quizás ayudando a muchos que siguen pasando por experiencias similares en un País que se niega a que la memoria permanezca, enrutando el olvido y el perdón para que se institucionalice la impunidad.

*Por seguridad la identidad de los protagonistas de esta historia son ficticios.


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