Etanol y neoesclavitud
Por Camilo González Posso
La huelga de los 17.000 corteros de caña está mostrando las paradojas de un modelo económico que en pleno siglo XXI combina un hiperproteccionismo de Estado para los oligopolios con formas precapitalistas de trabajo precario.
El subsidio anual que entregamos los colombianos a los productores de etanol supera los 150 millones de dólares.
Es un negocio amarrado por el lado de las ventas, pues por leyes y decretos se obliga a la mezcla mínima del 10% de alcohol carburante en la gasolina que debemos consumir. Así que no tienen que salir a un mercado libre a competir sino a uno cautivo y sin riesgos.
Por el lado de los costos y la rentabilidad, también es un negocio estado-adicto: tienen las ventajas de una zona franca, no pagan IVA, tienen rebaja en el impuesto a la renta y otras exenciones; tampoco entran en la estructura de precio la sobretasa a la gasolina o el impuesto global.
Con todas esas gabelas, a la hora de cobrar nivelan el precio del galón de etanol con el de la gasolina.
Gracias a esas ventajas obtienen o proyectan una ganancia extraordinaria, que no es más que un traslado de recursos de la población a 13 empresas, entre las cuales 3 se apropian del 65 por ciento de los beneficios.
Por el otro lado están los trabajadores y, entre ellos, los corteros, que llevan la peor parte. Reciben menos de un salario mínimo mensual -después de descuentos de la cooperativa- y viven endeudados con la "tienda" y los prestamistas al centavo, que les completan lo del mes y los ahorcan el día de pago.
Realmente trabajan al destajo y los dueños de la báscula les manipulan el pago; la jornada de trabajo (más de 9 horas/día promedio) sobrepasa las 55 horas semanales y no tienen verdadera protección ante los riesgos laborales.
Toda esa situación es administrada por la amenaza de la mecanización, que golpea en los asentamientos donde viven arrinconados con sus familias en situación de extrema pobreza.
Todo lo que piden los corteros es una relación de trabajo digno, y hasta la fecha el Gobierno y los empresarios les responden con acusaciones antiterroristas, sofismas sobre el impacto del paro en los precios de la gasolina o llamados a la "armonía laboral" bajo las mismas condiciones.
Las soluciones están a la vista, pero necesitarán un enfoque distinto a este de capitalismo parásito. Y abrirle campo a la formalización laboral, que es incompatible con la precarización impuesta por el sistema de cooperativas de trabajo asociado.
El modelo de la Casa Arana, que mostró José Eustasio Rivera en su novela decimonónica, no debería ser el espejo de la agroindustria de estos tiempos.