El pitoniso
Por: Cecilia Orozco Tascón. El Espectador
Lo primero que se me viene a la cabeza respecto del lío que se armó en la Fiscalía con la decisión del vicefiscal Guillermo Mendoza de dejar en libertad a Mario Uribe, es la frase ‘premonitoria’ de José Obdulio Gaviria.
Cuando todavía el fiscal Ramiro Marín no había ordenado detenerlo, J.O. dijo en Hora 20 que menos mal que Mario Uribe había podido demostrar su inocencia.
Como ese es un programa radial que se transmite en directo y, en consecuencia, lo que opinan los participantes es espontáneo, los oyentes quedamos pasmados, pues parecía obvio que el asesor presidencial tenía información privilegiada sobre el caso del primo del Presidente, lo que a todas luces era un desafuero.
El desconcierto que reinó en el estudio fue evidente. Los demás asistentes le preguntaron al asesor del Primer Mandatario por la forma como se había enterado del desenlace judicial. Es la única vez que se ha escuchado a un J.O. balbuciente, inventando disculpas.
Caracterizado por una infinita prepotencia —se le nota hasta en la manera de caminar, sacando pecho y bamboleándose un poco mientras esboza una sonrisita de medio lado— Gaviria ha dado muestras de que siente que es, en verdad, la reencarnación de Goebbels, el ministro de propaganda del Tercer Reich. Posesionado de ese papel, era extraño oírlo vacilante.
Probablemente se dio cuenta del tamaño de su embarrada. El fiscal Iguarán también lo vio así, porque declaró que la del asesor presidencial era una “actitud perversa” que le hacía daño a la investigación, a la Fiscalía y al propio M. Uribe.
Tenía algo de razón el doctor Iguarán. J.O. le hizo daño a la credibilidad de la Fiscalía y de la investigación.
Hoy lo sabemos después del escándalo en que se ha convertido ese proceso, que concluye por ahora con la renuncia de Ramiro Marín, a quien por cierto en la misma entrevista el Fiscal le había dado todo su respaldo: “meto las manos al fuego por él”, sostuvo. En cambio Gaviria no perjudicó por mucho tiempo a Mario Uribe.
A lo sumo, le demoró las buenas noticias cuatro meses, del 21 de abril al 20 de agosto, fechas de las dos instancias, la última de ellas cuando el vicefiscal Mendoza dio la orden de excarcelación pero lavándose las manos cual moderno Pilatos.
En efecto, Mendoza explica en la providencia su decisión criticando las valoraciones hechas por Marín, en lugar de sustentarla con argumentos objetivos que indiquen que el encartado es posiblemente ajeno a los hechos investigados.
De acuerdo con lo que ha dicho, Marín tendría motivos para pensar que del despacho de Mendoza salió, además, la especie de que sus indagaciones eran calculadamente débiles, para poder favorecer a Uribe después. Corrillos de reporteros también confirmarían la versión.
Si eso no es cierto, el Vicefiscal haría bien en rechazar el rumor. Si lo es, sería indicio de que Mendoza actúa como si estuviera buscando disculpas, para el momento de la decisión definitiva.
Muchos hilos poderosos se han movido en torno a Mario Uribe desde que se empezó a relacionar su nombre con la parapolítica: salta a la fama un paramilitar Tasmania que acusa a un magistrado auxiliar y se libra una guerra contra la Corte.
El mandatario denuncia penalmente al presidente de ese tribunal. Marín renuncia y habla de raras conductas de los testigos. Uno de ellos desaparece. El Vicefiscal retrocede. Y J.O. termina siendo un adivinador de miedo: ¡Cinco meses antes sabía lo que iba a pasar: Uribe está libre!
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