martes, septiembre 18, 2012

Diálogos de paz
Entrevista exclusiva a 'Timoleón Jiménez', máximo comandante de las FARC-EP, realizada por Carlos Lozano

Timoleón Jiménez, co­mandante en Jefe del Estado Mayor Central de las FARC– EP, es la cabe­za visible del legendario movimien­to guerrillero, hoy comprometido en la búsqueda de la paz democráti­ca, mediante un nuevo diálogo con el Gobierno Nacional.

Es la continuidad de una orientación de la guerrilla de las FARC– EP. Se lo había dicho Manuel Marulanda a Voz, durante los diálo­gos del Caguán: “La paz es una ban­dera de los revolucionarios”.

Esta entrevista se da en un momen­to histórico, ad portas de un nuevo es­fuerzo para lograr la paz en Colombia. Aquí están las respuestas de Timoleón Jiménez, concretas, precisas.

Se po­dría decir, sin falso optimismo, que la paz está más cerca que antes, pero to­davía hay mucho recorrido por delan­te. Todo el país espera que no sea una nueva frustración.

Comienza un nuevo proceso de diálogo con un Gobierno de alguna manera heredero de la “seguridad de­mocrática” uribista. ¿Cómo lo abor­dan las FARC?

Nosotros siem­pre hemos estado dispuestos a la bús­queda de soluciones distintas a la gue­rra. Con Uribe no fue posible, por su abierto desconoci­miento de nuestra condición política.

Santos no es solo heredero de la segu­ridad democrática, sino además uno de sus protagonistas estelares. De hecho, con maquillajes al nombre, ha conti­nuado con ella.

Pero como él mismo lo dice, decidió asumir los riesgos de dialogar y dio pasos positivos en ese sentido.

Cualquier colombiano diría que el verdadero riesgo es la guerra y no el diálogo, por eso no vacilamos en aceptar las conversaciones para buscar la paz.

En cuanto al modo de abordar el nuevo proceso, diría que lo hacemos con grandes expectativas de alcanzar el fin del conflicto.

El Presidente re­pite que no piensa cometer los errores del pasado y confiamos en que así sea.

Usted sabe que el principal error de to­dos los procesos anteriores ha sido el de llegar a la mesa a exigir rendiciones, sin voluntad real de atender a la solu­ción de las causas que dieron origen y siguen alimentando la confrontación.

La agenda contempla el tema de la “dejación de armas”, que sería el punto de llegada de un acuerdo o pac­to de paz. ¿Qué expectativas tienen las FARC al respecto?

Carecería de sentido iniciar un pro­ceso encaminado a conseguir la ter­minación definitiva del conflicto, sin contemplar la dejación de armas como punto de llegada.

Dejación de armas consiste en la abolición del empleo de la fuerza, de la apelación a cualquier tipo de violencias, para la consecu­ción de fines económicos o políticos.

Es un verdadero adiós a las armas. Si lográramos que en Colombia eso fuera una realidad, nuestro país daría un sal­to enorme hacia adelante.

Confiamos nuevamente en que la administración Santos, y todos los sectores empeñados en la violencia como método de acción económica y política, coincidan en es­te criterio con nosotros.

Los “errores del pasado”

El Presidente Santos ha dicho que su Gobierno requiere que es­te proceso de diálogo “no repita los errores del pasado”; que exista la garantía que va a conducir al fin del conflicto; y que el Gobierno manten­drá los operativos militares y la pre­sión militar sobre las FARC. ¿Cuáles son los presupues­tos de la insurgencia para que el proceso culmine con éxito?

La oligarquía dominante en Colombia, apoyada só­lidamente por los Gobiernos de los Estados Unidos, lleva ya casi 50 años apostándole al exterminio de las gue­rrillas.

Doce presidentes, uno con man­dato repetido, han prometido invaria­blemente nuestro fin y dado manos li­bres al aparato militar para cumplirlo.

Cuando Santos ordena incrementar las operaciones no está dando satisfaccio­nes a los sectores de extrema derecha, lo hace porque cree con ellos, como to­dos los anteriores gobiernos, que de ve­ras podrá rendirnos por obra de la fuer­za.

Precisamente es ese el círculo vi­cioso que se necesita romper. Si usted observa el plebiscito general de apro­bación a las conversaciones de paz,-

se dará cuenta de que la inmensa mayo­ría de los colombianos no comparte la salida militar, entre otras cosas porque con mayor cordura que sus gobernan­tes, sabe que no será posible.

Nosotros partimos de la idea de que este proceso será exitoso, en la medida en que esas grandes mayorías que se inclinan por la solución política tengan oportunidad de hablar, de movilizarse, de influir, de decidir al respecto. Y las estamos invi­tando a hacerlo.

En varios sectores que apoyan el diálogo se está planteando la pro­puesta de tregua, cese de fuegos y ce­ses de hostilidades. ¿Qué opinan las FARC– EP?

Estamos completamente de acuer­do. Siempre ha sido uno de nuestros primeros planteamientos al producir­se aproximaciones con los distintos gobiernos.

Desafortunadamente, la oligarquía colombiana se ha inclina­do porque los diálo­gos se produzcan en medio de la confron­tación.

Si el despe­je del proceso pasado hubiera estado acom­pañado de un meca­nismo de esa natura­leza, otra hubiera sido la suerte del mismo.

En Colombia, las cla­ses dominantes, su clase política y sus medios de comunicación sufren la ma­nía de mirar solo a uno de los lados.

Informar de la matanza de 30 guerrilleros en un bombardeo aéreo despier­ta sus aplausos, mientras que las bajas oficiales en combate se repudian como asesinatos.

Con dicha manipulación se busca además presionarnos grosera­mente en las mesas de diálogos.

El papel de Voz

Ustedes, como medio alternativo de heroica perdurabilidad, son quizás quienes de manera más honrada han in­formado al país, desde décadas atrás, de la infame persecución criminal prac­ticada en Colombia contra ese tipo de organizaciones.

De los archivos de Voz podría elaborarse la más fidedig­na historia de los crímenes de Estado en contra del pueblo de este país.

El núme­ro de víctimas en Colombia se equipa­ra al espantoso holocausto judío en la Europa ocupada por los nazis.

Entonces adquiere singular im­portancia el papel de los distintos movi­mientos sociales, sin­dicales, agrarios, po­pulares, que el Estado colombiano pretende ignorar al abordar con migajas de manera in­dividual uno que otro caso emblemáti­co.

Esa Colombia ignorada y victimizada es la que tiene que ponerse de pie ahora para reclamar por sus muertos y desaparecidos, para exigir el fin defini­tivo de la guerra,-

para impedir que se consagre la impunidad, para exigir la satisfacción de los viejos clamores por los que fue violentada de modo tan ge­neralizado y atroz.

¿Qué opina de los 6 a 8 meses que presupuesta el Presidente Santos?

Se trata de una expectativa que él está generando por su cuenta, en contravía de lo pactado en la letra y el es­píritu del Encuentro Exploratorio.

Allí se concertó no poner fechas fatales, ni siquiera la palabra meses, así que lo expresado por el Presidente nos indica lo difícil que va a ser este camino que emprendemos.

De paso, evidencia de manera clara la estrategia que van a implementar: cuando no logren algo en la mesa intentarán imponerlo en los medios.
Para llegar a La Habana y realizar el Encuentro Exploratorio dura­mos dos años, cuando inicialmente se creyó que sería cuestión de semanas.

Y no fue precisamente por causa de la insurgencia, tema del cual no quiero dar pormenores por respeto el compromiso de mantener por el momento en re­serva los detalles al respecto, aunque por las crónicas que han salido en los medios, la contraparte parece haberse olvidado de ello.

Un asunto de los colombianos

¿Qué propuesta política le hacen las FARC– EP a los colombianos al co­menzar el diálogo?

Movilizarse en torno a la termina­ción definitiva del conflicto. La guerra o la paz son asuntos que nos conciernen a todos los colombianos y estamos obligados a pronunciarnos.

El Gobierno pretende que los diálogos se realicen exclusivamente entre sus voceros y los nuestros, de modo discretísimo, sin bochinches, como repite insistentemente.

Como cuando Laureano Gómez y Lleras Camargo firmaron en Europa los acuerdos de Sitges y Benidorm. Además, pretende que las FARC demos allá el espaldarazo a sus planes de gobierno, como lo más con­veniente para el país.

Es decir, que se des­conozca otra vez a la población colombiana, que se pacte a sus espaldas lo que en verdad solo interesa y convie­ne a las transnacionales, banqueros, empresarios y terratenientes.

Eso no puede suceder más en este país. Las grandes mayorías deben ser escuchadas y atendidas. Nuestra propuesta apunta a eso.

¿Por qué se decidieron las FARC a asumir este nuevo intento de paz? ¿Debilidad? ¿Estrategia? ¿Realismo?

Quienes afirman que la presión militar ha sido definitiva para movernos a una negociación política, olvidan que esta década de guerra se desató cuando Pastrana puso fin de manera unilateral al proceso de paz que se celebraba en el Caguán.

Es el Estado quien regresa a la Mesa de Diálogos con las FARC, para lo cual habrá hecho sus valora­ciones internas.

Una de ellas, así no la haga pública, tiene que ser el reco­nocimiento de que el enorme esfuer­zo realizado para vencernos ha resul­tado inútil.

Las FARC seguimos ahí, combatiendo, resistiendo, avanzando. Ahora volvemos al escenario natural de la política, los diálogos civilizados.

Es absurdo afirmar que nos han obligado a sentarnos a la Mesa, cuando fue el Estado quien se levantó furioso de ella. Dialogamos, porque la solución políti­ca ha sido siempre una bandera nuestra y del movimiento popular.

Serios golpes

¿Pero entonces no han recibido las FARC golpes severos durante es­tos diez últimos años?

No puede negarse que hemos recibido serios golpes. Y sumamente dolorosos. Las muertes de cuatro miem­bros del Secretariado Nacional no pueden ser minimizadas.

Son muy duras también las muertes de combatientes bajo el fuego de los bombardeos. Sin embargo, hemos asimilado con coraje todos esos casos.

Ninguno de los actuales miembros del Secretariado cuenta con menos de treinta y cinco años de experiencia guerrillera, lo cual puede aplicarse también a casi todo el Estado Mayor Central.

Los relevos no se improvisan. 48 años de lucha continua han producido un formidable engranaje.

Seguimos adelante, con dolor en el alma, pero más avezados y convencidos de nuestras razones. En toda guerra hay muertos.

La campaña mediática insiste en presentarnos como una organización derrotada y sin fu­turo. Igual ha sido siempre.

Si se tratara de hacer frente a una fuerza vencida, no estarían trabajando en incrementar aún más el pie de fuerza y el ya de por sí enorme arsenal adquirido. Son verdades que el Estado y los medios ocultan deliberadamente.

Entonces, aunque las FARC no ejecuten acciones del calibre de las de catorce años atrás, ¿puede afirmarse que la confrontación continúa siendo de grandes proporciones?

El Ministro de Defensa los minimiza a ustedes por completo y alega que la confronta­ción persiste tan solo en el área rural de diez municipios aislados del país.

Las FARC-EP operamos y nos movemos en los mismos territorios que ellos ocupan. El supuesto control ejercido por los comandos conjuntos, fuerzas de tarea, brigadas y batallones, es puesto en ascuas con frecuencia por la actividad de las guerrillas móviles.

El número de bajas de las fuerzas armadas ha venido en alza de tiempo atrás. Claro, también nosotros recibimos golpes, mucho más publicitados por los medios.

Es que ese es el conflicto. Una guerra se libra según las circunstancias, no existen modalidades operativas válidas para todas las situaciones.

Es obvio que las condiciones de hoy no son iguales a las de una década atrás, sobre todo por uso masivo de la aviación militar, pero se combate diariamente.

En todos los Bloques de las FARC se trabaja en función de variar esa ecuación en cualquier momento.

Sea como sea, la perduración del conflicto implicará mayor muerte y destrucción, más luto y lágrimas, más pobreza y miseria para unos y mayor riqueza para los otros.

Imagínese las vidas que se hubieran ahorrado estos diez años. Por eso buscamos los diálo­gos, la solución incruenta, el entendi­miento por vías políticas.

Con ese pro­pósito vamos a La Habana. Confiamos en que el Gobierno Nacional también entiende la necesidad de poner fin a tan larga violencia practicada contra el pue­blo colombiano.


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