Por Jorge Enrique Robledo
Lo que mal empieza, mal acaba, dice la sabiduría popular.
Y le cae a la perfección al propósito del presidente Juan Manuel Santos-
y de
todos los partidos de la llamada “unidad nacional” de hacer una reforma a la
justicia diseñada para concentrar aún más el poder en el Ejecutivo.
Esto, sometiendo al Legislativo, recortando la autonomía
de los jueces y logrando unas altas cortes de bolsillo, intentona que además se
tramitó, con todo descaro, de la peor manera:
repartiendo escandalosas canonjías entre los congresistas
que pondrían los votos que legalizaran el desafuero y entre los magistrados que
se supone debían otorgarle la respetabilidad de la que carecía.
En cuanto a la justicia para el ciudadano de a pie, nunca
se propuso darles respuesta a sus necesidades, pero sí se utilizó para menguar
aún más la separación de los poderes y aumentar la-
privatización en manos de
ignorantes en esos menesteres, en tanto les mejoraban a los banqueros las
condiciones de sus procesos, siempre siguiendo las orientaciones del Banco
Mundial (http://bit.ly/LkUbEN).
Esta reforma profundamente regresiva no apareció, como se
ha dicho de manera falaz, durante la conciliación de los textos aprobados en
Cámara y Senado, es decir, en la novena votación en el Congreso. No. Ese fue un
árbol que nació torcido.
Así lo prueba que a lo largo del trámite de diez meses,
incontables analistas, editorialistas, organizaciones de jueces y demás
trabajadores de la justicia,-
el sindicalismo y el Polo Democrático Alternativo,
entre otros muchos, clamaran por el archivo del proyecto, dada su naturaleza
retardataria.
Pero más pudieron los intereses ocultos que aupaban la
reforma y la soberbia de Santos, quien terminó por creerse los ditirambos con
los que lo califica la publicidad de la Casa de Nariño,-
exageraciones hasta
cómicas que repite el unanimismo pernicioso promovido por los pocos pero muy
gordos y lustrosos gatos que ganan con el gobierno.
En cuanto a la actuación de los congresistas de la
llamada “unidad nacional” en el trámite de la reforma, es evidente su
importancia.
Sin la gran manguala que conforman los partidos santistas
en Cámara y Senado, el proyecto no habría llegado a donde llegó.
Pero ello tampoco habría ocurrido sin que Santos pusiera
todo su poder burocrático para auparlo, poder que a lo largo de cuatro debates
ejerció a través de Germán Vargas Lleras como ministro de Justicia,-
trámite que
también hace a este responsable principalísimo de lo ocurrido así ahora ande
dedicado a las casitas “gratis” que ya se supo a quién enriquecerán en primer
término y que deben servir para la reelección de su jefe o para su propia
candidatura.
Pero que no resulte que la chamusquina política alcance a
otros además de a Juan Carlos Esguerra.
Tiene profundas razones, entonces, que causara tanta
indignación ciudadana ver a Santos, como Poncio Pilatos, lavándose las manos
por la aprobación final de la reforma,-
echándoles toda la culpa a sus
congresistas y pasándose por la faja la Constitución que juró cumplir, hecho
este último de una gravedad excepcional.
Por si faltaran dudas, quedan notificados los colombianos
de la falta de escrúpulos del jefe del Estado, tanto en lo que se propone como
en las maneras para lograrlo.
Con todo derecho, Juan Manuel Santos concursa para
escoger al peor presidente de la historia de Colombia.
Por mucho que sus cortesanos de todos los tipos le
ponderen las calidades de sus vestiduras, lo cierto es que el Príncipe de
Anapoima anda desnudo.
Sin la gran movilización que generó la tentativa santista
de imponerle al país una reforma a la justicia diseñada en beneficio de unos
pocos, Santos no hubiera reculado como reculó.
En la Casa de Nariño entendieron que un referendo
revocatorio, más la amplitud de la lucha política que lo acompañaría, sería un
plebiscito contra el propio Santos.
El país queda en deuda con los trabajadores de la Rama
Judicial, quienes unidos en torno al Observatorio a la Justicia les dieron
ejemplo de resistencia civil a los colombianos.