viernes, mayo 28, 2010

Los cien años del poeta español Miguel Hernández
Por Luz Marina López Espinosa

“ Yo se que en estos sitios tiritará mañana
mi corazón helado en varios tomos.”
“¿Qué hice para que pusieran en mi vida tanta cárcel?"


Cien años se cumplen este 2010 del nacimiento del humilde pastor de Orihuela, el muchacho que de cuidador de ovejas, cruza como una exhalación el firmamento de España primero combinando su dulce oficio con el de poeta, y después, con el de soldado del V. Regimiento fundiéndose así con lo mejor del alma española para defender a su pueblo del fascismo.

Ese que con el golpe militar de julio de 1936 y la ayuda de Hitler y Mussolini, sometió a España a una tiranía que “duró muchos siglos” y dejó un millón de muertos.

Todo ese ciclo en el breve término de 32 años, como que “el poeta del pueblo” –así se le llamó-, murió de fatigas, sufrimientos y enfermedad en la prisión de Alicante el 28 de marzo de 1942.

El hecho de ser joven pobre, campesino y autodidacta, no fue óbice para que con la pasión que lo inflamaba, dejara una vasta obra poética, ensayística, periodística y de crónicas de guerra, que además de testimonio de una vida signada por el heroísmo y el desprendimiento, produjo la admiración de grandes como García Lorca, Vicente Alexandre y Pablo Neruda.

Y quien esto escribe tuvo el enorme privilegio de hacer una extensa entrevista a un testigo -¿el último?- de esa vida iluminada y excepcional que fue Miguel Hernández. Se trata nada menos que del también poeta Marcos Ana hoy ícono en la España democrática, su compañero en el legendario V. Regimiento y después en las prisiones de Franco donde estuvo 23 años.

Unos pocos de estos –Miguel ya estaba sentenciado por la tuberculosis y el dolor de su España vencida-, al lado del gran poeta, con quien a pesar de todos los obstáculos, hicieron de la cárcel otra trinchera:

con poesía, periódicos, proclamas, lúdica y mucha concientización de los presos, rompieron los barrotes de las infames prisiones y llevaron a su patria y al mundo la voz de los vencidos victoriosos, el grito de que la verdadera España, la de la historia, la de Don Quijote, Sancho, Federico, el Cid y aún la de Don Pablos, era la de quienes yacían en las tumbas anónimas y las prisiones de horror. Nunca, la de los verdugos.

Y hoy, en este 2010, la historia así lo sentencia, quién lo creyera, cuando la nación ibérica es convulsionada por el reclamo de ese millón de muertos que se ha levantado y dicho ¡basta! y exigen un nombre, un epitafio distinto a “la sangrante luna” de-

Quevedo y el reconocimiento de la alta causa que los sacrificó, todo ello en la forma de derogatoria de ese a la manera de decreto de olvido que los quiso desparecer de la historia y oprobio mayor, borrar de ella la circunstancia en que esas tumbas fueron abiertas.

Fernando Macarro Castillo, el histórico republicano, camarada y compañero de trinchera de Miguel quien asumiera el nombre de Marcos Ana en memoria de sus padres muertos mientras permanecía en prisión,-

en su visita a Colombia mostró una profunda solidaridad al tiempo que indignación al saber de nuestras cárceles llenas de presos políticos, y enterarse de las historias de tortura, muerte y desarraigo que generalmente las preceden. “Como en la España franquista” dijo con desazón.

Y al repasar los nombres de tantos, tantísimos colombianos arrojados a la prisión, unos por ser auténticos insurgentes, los más, verdaderos prisioneros de conciencia, unos y otros marcados con el Inri de peligrosos criminales comunes –“como en la España franquista” volvió a repetir con desazón-, quiso hacerles un reconocimiento.

Y ante la imposibilidad de mencionar los nombres de miles del listado que tenía en sus manos, terminó la entrevista dedicándoles un saludo y una estrofa de Miguel Hernández a algunos representativos de todos por sus historias de luchas y prisiones.

Mencionó a Yeisson Murillo, Álvaro Géner López, Yesid Esparza, Luarny Oviedo, Angelo Rojas, María Janeth García, José Alberto Olaya, Horacio Castro, Davier Hernando Narváez, Jairo Alfonso Lesmes …

“Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
Tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
Porque un pueblo ha gritado ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan”.

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